lunes, 6 de abril de 2020

El huésped


El sudor frío recorre mi espalda. Las manos tiemblan y la sensación de no respirar bien es una constante. Aunado a ello, percibo que en cualquier momento me voy a desmayar. Las fuerzas se pierden y una necesidad absoluta de llorar se apodera de mí.

Lloro cubriendo mi rostro con las manos, mientras la respiración se hace más difícil. Los temblores no cesan. La presencia de mi nuevo huésped y la crisis de mi salud mental, la palpo en mi cerebro. Es allí donde está, donde actúa, donde tiene su centro de mando, es allí donde me ataca en las mañanas, las medias mañanas, las tardes, las medias tardes, las noches, las medias noches, las madrugadas y las medias madrugadas.

Todo lo normal se torna confuso. Y es por ello, que recurro al pasado para mantener esa calma, ese recital de felicidad que una vez colmó mi vida. No puedo creer que estuve bien alguna vez. Todo es más gris y sepia. Ya el humo cancerígeno del cigarrillo desertó. El huésped se deshizo de todo. Me conminó a no fumar, a no beber, a no reír, a no escuchar. Solo sigo sus órdenes. Soy su esclavo y en algunas ocasiones soy su puta de ocasión. Se deleita dándome la oportunidad de sonreír solo un instante para luego atacarme con más violencia, con truculencia, con odio, con rencor, con todas mis palabras, con mis despechos, con mis días de decir de adioses, con mis incontrolables sentimientos de no sentir. Me mata con frases que alguna vez dije a otras y es en ese momento que cubro mi rostro otra vez con mis manos y lloro mientras la respiración se hace más difícil.

Camino todos los días. Los sitios cerrados me desesperan. Recorro cada calle con detenimiento. Ahora escucho a la gente que pasa a mi lado. Ya no estoy absorto con los audífonos escuchando la banda sonora de mi vida o de lo que creía que era mi vida. Sonrío a escondidas. A mi huésped no le gusta que me recupere. Está atento y tiene parámetros para distinguir recuperación de momento a espasmos de pronta depresión. En algunos momentos respiro como si estuviera bien y me deleito con olores que son colores, con fragancias que son palabras, con besos que son despedidas, con nombres que recuerdo y olvido al instante, pues él sabe que cada roce, cada sonrisa y cada mirada tuvo un valor para mí y de inmediato (desde mi cerebro) emana una sustancia aún no conocida por los médicos que recupera cada desprecio, cada traición, cada cambio y odio. Y es allí donde mi huésped y yo estamos de acuerdo y, no celebramos, solo cubro mi rostro otra vez con mis manos y lloro mientras la respiración se hace más difícil.

Las crisis se atacan con crisis. Hoy día me tomó dos pastillas una la despertar y otra al acostarme. En algunas ocasiones me tomó cuatro. Cuando mi huésped no quiere dejarme sonreír. La droga que entra a mi cuerpo me hace ver normal. Hablo normal. Actúo normal. Me alimento normal y sonrió normal.

Ya nada me molesta. Ya nada me hace tener malhumor. Nada me da tristeza. Nada me da felicidad. Estoy en el limbo. Escribo y no entiendo por qué lo hago. Solo quiero hacer lo que debo hacer y esperar. Solo espero que alguna vez desaloje mi cerebro y poder sentir como antes, de verdad o de mentira, pero como antes.

Las pastillas cumplen su cometido. Llegan al cerebro saludan a mi huésped y conversan largamente. He llegado a escucharlos confabular en mi contra sobe mi salud mental, son unos desgraciados. No se puede confiar en nadie. Sé que sonríen juntos, sé que están allí para desgraciarme el día, por eso para confundirlos argüí un plan macabro, un plan ineludible, un plan maravilloso que los hará huir. Ahora a cada instante cubro mi rostro otra vez con mis manos y lloro mientras la respiración se hace más difícil, pero lo hago mejor, pues me recupero día a día y ya no lloro por mí sino por ellos. 







Libre de virus. www.avast.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario