viernes, 3 de abril de 2020

Domingo


Tic Tac. Se acerca la hora de nuestro encuentro y a pesar de los años que lleva este ritual, sigo poniéndome nerviosa. Debo ser muy cuidadosa cada vez que nos vemos, no hay lugar para pasos en falso, mi tarea es protegerla. Ella ya tiene bastante con lo suyo, yo no puedo ser un problema más. Así que me cuelgo un sonrisa enorme cada vez que la veo, me trago el dolor y le hablo de cosas triviales, recorremos los jardines, tomamos el té.

Nunca conversamos sobre cuestiones médicas y jamás mencionamos el truco despiadado de la falta de memoria, el Alzheimer, este borrón y cuenta nueva al que la vida a veces te obliga.

Aunque intente mostrarse feliz, su mirada es triste, vacía. Sé que no está bien donde está pero no puedo hacer nada para ayudarla. Sé que no es nada fácil para ella, demasiada enfermedad, mucha locura, tanto caos.

Cuando terminan el horario de visita, me abraza muy fuerte y aunque hace hasta lo imposible por contenerse, muchas veces llora.

- Hasta el domingo que viene, mamá.

- Cuídate, hija.

Y la veo marchar con todo ese sufrimiento a cuestas y siempre me quedo pensando en esa pobre mujer que no conozco, que cree que es mi hija, que me viene a ver cada domingo y que supone que está mejor que yo.





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