lunes, 6 de abril de 2020

Corre


Se apartó las ramas del rostro, arrancó los pastos de raíz y salió de los tupidos arbustos en los que se encontraba. 

Estaba descalza y con ropa de cama. Tenía pequeños raspones en sus brazos y manos y las plantas de los pies un tanto enrojecidas. Oyó que las hierbas se agitaban. El grave sonido de las secas y resquebrajantes hojas restregándose entre si la precipitó. 

Corrió hasta el umbral trasero de la vivienda, abrió la vidriosa puerta corrediza e ingresó. La luz del jardín estaba apagada pero podía observar con claridad cómo se abría un camino entre la maleza circundante, cómo el caminar de aquel ser empujaba las hierbas con las que se topaba hacia ambos lados, y estas se arqueaban y separaban formando un sendero.

Cerró la ventana, corrió las cortinas y se alejó. La pálida luz que emitía el velador de la sala le permitió vislumbrar la aparición de una desdibujada sombra a través de la ventana; una sombra cuyo tamaño comenzó a variar progresivamente; una sombra cuya nitidez y composición comenzó a afinarse. 

Abandonó la sala y subió las escaleras trastabillando, sosteniéndose con ambas manos de la barandilla. Cruzó el pasillo y se encerró en la primera habitación. Apoyó la espalda sobre la puerta y oyó cómo se abría el ventanal de vidrio. El persecutor estaba ahora dentro de la casa. Caminó por la sala hasta llegar al pie de la escalera y comenzó a ascender escalón por escalón. 

Los resonantes y consecutivos pasos la desesperaron. Los pies del extraño chocaban contra los peldaños de madera haciendo rechinar toda la escalera. El sonido del retumbe cambió de repente: ahora era más grave y embotado; el intruso ya se encontraba en el piso superior recorriendo el pasillo. 

Se tapó la boca con ambas manos. El ser continuó caminando hasta detenerse justo frente a la puerta de la habitación dentro de la cual se encontraba. Lo sintió tocar la pared con la mano. La luz del pasillo se encendió. El haz se coló por la apertura de la llave y la rendija inferior de la puerta. Bajó la mirada y pudo ver la sombra de los pies de su persecutor. 

En cuanto las manos del extraño rozaron el picaporte, se arrastró por el alfombrado suelo y se ocultó detrás del pupitre. La luz se encendió:

- María! – Le dijo la joven enfermera de ambo blanco a aquella sexagenaria mujer delgada que aparentaba menos edad – Por favor tranquilícese, soy yo…

La enfermera la incorporó y abrazó por los hombros.

- Venga conmigo, se ha perdido nuevamente, no se asuste. Voy a servirnos una taza de té, ¿le parece?

La mujer asintió con la cabeza y sonrió.

- Quedó torta de chocolate de hoy a la tarde, ¡esa que tanto le gusta!

La anciana sonrió y se aferró al brazo de la enfermera. Pronto, las mujeres desaparecieron entre la oscuridad, al tiempo en que se oían palabras amables y tranquilizadoras y la agitada respiración de la abuela se normalizaba. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario