lunes, 9 de mayo de 2022

Desde el otro lado del pasillo del hospital

¿Qué fue lo que marcó ese antes y después de saber que mi mundo nunca sería el mismo y que no volvería a atrás? Fue percibir la desesperación en cada persona, en su familia, verlos luchar el proceso, buscar incansables la victoria, no resignarse, no abandonar.

Los he visto recibir terribles noticias, sacudir sus cabezas entre aullidos de dolor y también los vi salir adelante juntos, fortalecerse en el amor, no en el diagnóstico. Los vi transformar sus costumbres en una adaptación a rutinas hospitalarias, que ese sea ahora su cuarto, su casa, su familia. Los he visto sufrir ver su imagen corporal dañada, y también levantarse y buscar una manera de sentirse mejor. Los escuché rogar al cielo por misericordia y un pronto final. Los he visto entrar sin esperanza y un día cruzar la puerta de salida airosos. Mis ojos tuvieron el privilegio de ver milagros. Los vi atravesar duelos, desde la pérdida de sus vidas tal como las conocían hasta las pérdidas de sus seres más amados, padecer las etapas conocidas, negar esa realidad dolorosa como si fuera una pesadilla donde despertar al final no era una opción, enojarse con el universo, con Dios, con la injusticia, pelear con la idea de que pudiera ocurrirles algo así, los vi negociar con la muerte y con la enfermedad mientras luchaban con todas las armas para vencerlas. Luego acompañé la tristeza más profunda, cuando el dolor les ganaba la carrera y no podían ni levantarse de la cama, cuando tenían que decidir raparse porque el cabello se les caía a manojos, y perdían la esperanza. Hasta que como un nuevo hábito a incorporar, aparecía la resignación a lo que les tocaba, una aceptación algo encubierta, donde había momentos que se mezclaba con las etapas anteriores, como un sube y baja emocional.

Nos dejaron ser parte de su intimidad, conocer cuando necesitan una palabra de aliento o un reto para despertar las ganas de continuar, porque entendemos que no hay personas sustituibles, y hacer de esta transición algo llevadero y digno es un privilegio.

Es esto, lo que elijo y volvería a elegir, para brindar los cuidados invisibles, para llevar una sonrisa adonde ya hay demasiado lamento, realizar con calidez las técnicas más frías, dar esos minutos de escucha que alimentan el espíritu y que no nos hacen más o menos atareados, para que cuando caminemos los mismos pasillos sepan que estamos ahí para ellos, que vamos a pasar por esta etapa juntos, que están en buenas manos.

Somos artesanos del cuidado, lo vamos perfeccionando con esmero y pasión tallando lo abstracto, aquello que no se ve pero es indispensable para el alma de las personas, y así vamos entretejiendo redes y construyendo espacios según cada necesidad, les damos las bases donde sostener cualquier tratamiento. Les damos también la certeza de que estaremos allí, desde el otro lado del pasillo del hospital, siempre por y para ellos.

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