martes, 14 de abril de 2020

Toribio


Toribio nació cuando no había enfermos mentales, solo "locos" encerrados en manicomios. Sufría una enfermedad, y después de muchos médicos, le diagnosticaron esquizofrenia. Le esperaba un manicomio. Los padres no podían permitir que Toribio fuera internado. Su siquiatra permitió que lo cuidaran en casa. Toribio pasó una niñez feliz.

Después fue a la escuela, nadie conocía su enfermedad. La mentalidad de los otros padres era pacata, un "loco", de manera despectiva, era un "peligro" para los niños "normales". Los niños seguro que eran normales, pero sus padres, eran "anormales".

Acabó secundaria, los "Servicios Sociales" le colocaron en una empresa de trabajo social. La sociedad despertaba de su letargo, los antes llamados "locos", empezaban a ser "enfermos mentales".

Una tarde se percató de que no llevaba los medicamentos. Y necesitaba tomarlos…, pero Toribio los olvidó. Volvía a su casa paseando, Toribio no tenía prisa, le gustaba caminar. La vuelta se convirtió en una pesadilla; sudaba, estaba excitado, se comportaba con torpeza, tropezando con todos. Pensaba que le perseguían, la mente juega malas pasadas. Se tuvo que sentar, ̶ "¡me persiguen!"̶. Levantándose violento, la emprendió a empellones con una pareja. Eran tiempos impregnados por la violencia integrista, la gente estaba sensible. Algunos transeúntes llamaron a la policía. Existía una algarabía que crispaba más a Toribio, que se arrinconó. Estaba mal, nunca estuvo tan mal, nunca se había saltado la medicación. Ya no discernía realidad y alucinación.

Llegó la Policía. Toribio se levantó atemorizado; los agentes no sabían cómo actuar, tenían las porras listas y las pistolas desenfundadas. No pintaba bien. Entonces apareció un señor mayor, habló con el "Cabo" y se aproximó a Toribio. Le tendió su mano y le susurró al oído algo, empañándole el sudor. Luego se dirigieron a un coche de policía, subieron y el coche emprendió su marcha.

En el rellano de su escalera, los padres se asustaron al ver a su hijo entre policías y un desconocido. La policía les puso al corriente de lo sucedido y de la providencial intervención del señor. Los padres les invitaron a pasar, y se llevaron a Toribio con cariño.

El padre volvió para indicarles que ya descansaba. Luego agradeció la intervención del señor. Este contestó:

─No me den las gracias. Fue un placer. La policía no sabe cómo tratar estos casos.

─ ¿Y de dónde viene su conocimiento, señor? ─ Preguntó el padre.

─ Mi hijo era esquizofrénico. Hace años, en un episodio similar, la falta de protocolos de actuación en la policía, llevó a que un agente se pusiera nervioso. Acabó disparando y mi hijo murió.

Todos enmudecieron. Él siguió muy convencido:

─ Hoy siguen sin existir protocolos. Cuando vi el panorama, recordé a mi hijo. No se puede apagar fuego con más fuego. Estos chicos solo necesitan cariño y comprensión.

Asintieron dándole la razón, hasta la sociedad, que estaba cambiando, le daba la razón. Pero pese a todo y contra todos, nunca podrán resucitar a tanta gente muerta por la desidia de unos pocos.

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