-Los trenes se parecen mucho a las personas, ¿no cree?
No conocía de nada a aquel tipo y al escucharlo pensé que podía tratarse de alguien con su salud mental trastornada e instintivamente sentí algo de miedo. Estábamos solos allí, esperando el tren y decidí seguirle la corriente.
-Puede ser, pero no le veo mucho parecido, la verdad.
El hombre guardó silencio aunque me temía que seguiría con su disertación en cualquier momento y lo peor era que quedaba bastante para que llegase nuestro convoy.
-Los trenes tienen que circular por estas vías para no descarrilar. Nosotros también tenemos unas vías marcadas en nuestra vida y es mejor seguirlas para ir cubriendo estaciones, me soltó al cabo de unos minutos de silencio.
No me pareció descabellado su argumento para tratarse de un loco pero tampoco quería darle conversación, así que seguí callada, pero el hombre seguía a lo suyo.
-Es cierto que los trenes pueden cambiar de vías en determinados puntos pero es una maniobra delicada. Nosotros también podemos hacerlo pero a veces nos equivocamos.
Estaba claro que me iba a dar la chapa hasta que viniera el tren y mi silencio no parecía desanimarlo ni mucho menos.
-Un tren requiere de una potente máquina que tire de él. Nosotros, muchas veces, también necesitamos el impuso de alguien para poder seguir adelante, ¿no le parece?
El caso es que todo lo que decía era bastante coherente y al menos me tranquilicé al ver que era inofensivo y solo tenía la cabeza como un bombo. Parecía que ya se había callado definitivamente pero al rato volvió a la carga.
-Cuando un tren entra en un túnel todo se vuelve oscuro e incluso cambia la percepción del sonido. Nuestras vidas a veces también acaban en un largo y lúgubre túnel y ni siquiera nos llegan con nitidez las voces de los que nos quieren ayudar.
Por fin escuché a lo lejos el inconfundible sonido del tren aproximándose. Cuando paró y abrió las puertas, subí y me quede allí mismo. Me sorprendió ver que el hombre no entraba y seguía inmóvil en el andén.
-¿No sube?, le pregunté.
El tipo pareció salir de un trance y consiguió subir en el último instante, justo un segundo antes de que se cerrasen las puertas.
-Gracias, estaba ensimismado y casi se me escapa, me confesó algo turbado.
-No se preocupe, todos tenemos demasiadas cosas en la cabeza, le contesté con sinceridad.
-Eso es muy cierto, me respondió. Precisamente estaba totalmente absorto en la conferencia que tengo que dar ahora en la Facultad de Filosofía y un poco más y me quedo en tierra. Por cierto, disculpe si la he importunado antes con mis elucubraciones.
-No se preocupe, ha sido muy interesante, ¿es usted filósofo?
-Filósofo, historiador y escritor, lo que viene siendo un auténtico chiflado.
Lancé una risita cómplice pero lo cierto era que yo lo había tomado por loco cuando en realidad era un erudito y en ese momento me avergoncé bastante por ello.
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