Camino a casa pasé por el puente. Quería meditar y el sonido del río siempre lograba serenarme. Algo en mi interior venía molestándome hacía meses.
Al inicio era como esos muebles que no sabes dónde poner y con el cual te tropiezas continuamente. Luego se transformó en un árbol cuyas raíces resquebrajaban el endeble piso que sostenía mi vida.
La gente me incomodaba cada vez más pues sentía en sus miradas el juicio y la condena por un delito que debí haber cometido, pero del cual no me acordaba.
La gente me incomodaba cada vez más pues sentía en sus miradas el juicio y la condena por un delito que debí haber cometido, pero del cual no me acordaba.
La primera vez que me ocurrió fue en una panadería, estaba haciendo la cola para cancelar mi compra. La cajera al verme frunció el ceño: ¿qué fue lo que vio en mí?, ¿por qué ese rechazo automático?
En el ocaso el sol se divisa como el espejo de un amanecer. Si es cierto lo que dicen que ésta es una hora mágica entonces debió ser real lo que viví: mi sombra cobró independencia alejándose hasta el borde del puente.
Reconozco que me sentí por un momento aliviada, como si por fin pudiera respirar profundo luego de mucho tiempo ahogándome. La figura oscura parecía dispuesta a saltar.
El breve aliento se vio opacado por una creciente angustia: "¿Ser perfecta?, ¿no tener zonas oscuras".
Parecerse a esos maniquíes que se exhiben en las vitrinas, manoseados por manos insensibles interesados sólo en vender. Sería terrible vivir sin sombra.
En el ocaso el sol se divisa como el espejo de un amanecer. Si es cierto lo que dicen que ésta es una hora mágica entonces debió ser real lo que viví: mi sombra cobró independencia alejándose hasta el borde del puente.
Reconozco que me sentí por un momento aliviada, como si por fin pudiera respirar profundo luego de mucho tiempo ahogándome. La figura oscura parecía dispuesta a saltar.
El breve aliento se vio opacado por una creciente angustia: "¿Ser perfecta?, ¿no tener zonas oscuras".
Parecerse a esos maniquíes que se exhiben en las vitrinas, manoseados por manos insensibles interesados sólo en vender. Sería terrible vivir sin sombra.
En medio de toda esa locura conservaba aún mi inteligencia. Debía hacer algo para salvar a mi sombra. De nada valdría correr y tratar de agarrar a mi otra yo, debía atraerla.
Recordé el consejo que me dio una compañera de trabajo. Una vez mientras desayunaba se acercó, rosó mi mano y me regaló un libro de meditación zen: "Respira", me dijo y me guiñó el ojo. El rubor me duró todo el día.
El libro… ¿Qué decía ese libro? Confieso que lo leí entero, pero no lo puse en práctica. El árbol que iba horadando mi interior había cubierto de ramas espesas todos los rincones de mi alma e impedía serenarme para hacer los ejercicios.
El resumen de la técnica ya me lo había dado ella cuando me lo regaló: Respirar. Me senté en el suelo, cerré los ojos, respiré profundo varias veces y me hice una pregunta: "¿Quién es el dueño del mundo?".
La respuesta fue un hondo suspiro. Acepté mis kilos de más, mi carrera poco lucrativa, mi torpeza para conseguir pareja y cada una de mis fisuras.
Al árbol oscuro que había ocupado mi interior se le fueron cayendo las hojas. Se fue despejando con cada inhalación y exhalación.
Mi sombra dejó el borde del puente y volteó a verme. Se acercó y me abrazó. Me alejé de allí convencida de que había evitado un suicidio.
Mi oscura amiga camina desde entonces a mis espaldas recordándome que soy humana.
Recordé el consejo que me dio una compañera de trabajo. Una vez mientras desayunaba se acercó, rosó mi mano y me regaló un libro de meditación zen: "Respira", me dijo y me guiñó el ojo. El rubor me duró todo el día.
El libro… ¿Qué decía ese libro? Confieso que lo leí entero, pero no lo puse en práctica. El árbol que iba horadando mi interior había cubierto de ramas espesas todos los rincones de mi alma e impedía serenarme para hacer los ejercicios.
El resumen de la técnica ya me lo había dado ella cuando me lo regaló: Respirar. Me senté en el suelo, cerré los ojos, respiré profundo varias veces y me hice una pregunta: "¿Quién es el dueño del mundo?".
La respuesta fue un hondo suspiro. Acepté mis kilos de más, mi carrera poco lucrativa, mi torpeza para conseguir pareja y cada una de mis fisuras.
Al árbol oscuro que había ocupado mi interior se le fueron cayendo las hojas. Se fue despejando con cada inhalación y exhalación.
Mi sombra dejó el borde del puente y volteó a verme. Se acercó y me abrazó. Me alejé de allí convencida de que había evitado un suicidio.
Mi oscura amiga camina desde entonces a mis espaldas recordándome que soy humana.
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