lunes, 10 de mayo de 2021

Por el bien de los niños

    Todo empezó cuando un alumno se ahogó en nuestro colegio con un hueso de cereza, lo que nos hizo tomar conciencia de un drama invisible: los niños se atragantaban con frecuencia. Por el bien de los niños se clausuró el

El padre de otro alumno nos informó del número exacto de niños ciegos o con los dedos rotos por culpa de un balón. Las estadísticas eran abrumadoras y se prohibieron las pelotas.

Más tarde se retiraron, por motivos de salud pública, los columpios, las flautas, las tijeras, las espalderas del gimnasio, el pegamento y los tubos de óleo. Se cerró la piscina y finalmente, ufanos, prohibimos que los niños se tocaran y se hablaran. Así evitábamos agresiones e insultos.

La salud era nuestra prioridad.

Pero nadie se acordó de la salud mental.

Excepto el profesor de música, que un día, horrorizado, saltó al vacío desde su clase y se salvó de milagro, al caer sobre la copa de un árbol. Antes había agarrado con furia el cartelito que yo había pegado en el cristal.

Se arrojó con aquel papel en la mano. Decía:

"Prohibido acercarse a las ventanas: riesgo de caídas".

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