lunes, 10 de mayo de 2021

Tres metros de cuerda prestada

    Me contaron que hace tiempo que Giovanna no se ríe, y que ya no trepa las murallas como lo hacía antes. Desde que sé que Giovanna no se ríe creo que mi risa es diferente. Ahora cuando río, me acuerdo de que hay gente como ella, que dejó de hacerlo, y me muero de miedo.

Cuando trepaba las murallas de granito del pueblo en el que nació su abuelo, Giovanna no parecía atender a razones; 3 metros más abajo, todos teníamos algo que objetar: "vendrá el dueño de la finca", "acabarás vegetal", "se lo diré a tu madre"... A ella no parecían servirle nuestros argumentos y seguía trepando la vida entera. No le tenía miedo a su madre ni al vecino, como tampoco se lo tenía al dolor. Nadie sabe, sin embargo, qué fue para Giovanna el dolor, ni qué es.

Cuando te digo que me muero de miedo debes saber que no temo por ella, sino por mí. Hoy, que sonrío, y tengo mucho miedo a dejar de sonreír.

Sonreír con miedo es, según me dijo Jabato, temblar; temblar me revuelve la tripa. Eso que me dijo Jabato me hizo pensar en ti, que también te sientas a veces en mi tripa, para hacerme temblar; y fui a ver a Giovanna con una botella de vino.

Giovanna abrió la puerta impasible, y luego vio la botella de Carro de Bueyes que llevaba bajo el brazo, junto a su queso francés favorito. Me miró a los ojos y se rio. Te dije que no había dejado de sonreír para siempre, y quería decirte que tuve razón. Le hablé de mi nuevo miedo, se sorprendió. Le pareció una locura que me diese más miedo no sonreír que temblar. Me explicó que cuando se cayó del muro le dolía todo demasiado, y que no era capaz de trepar. Me contó que desgastó sus rodillas y sus manos contra el granito, y que siguió con los codos y los pies hasta que se desgastaron también. Que luego se quedó en el suelo, con la vida en carne viva mirando hacia la cima del muro, hasta que empezó a taconear, y supo que podía trepar de nuevo. Me dijo que ahora sonríe a veces sobre el muro, y otras en el verdín, pero que a ella le parecía ridículo hablar de reír y no de escalar. Empezó a hacer eso que hace siempre de irse por donde quiere y acabó enseñándome una foto de Adam Ondra, el mejor escalador del mundo. Me dijo que me fijase en su cara, lo hice: sonreía. Deslizó el dedo, y me enseñó otra foto de su héroe compitiendo en el Campeonato Mundial de Escalada. ¿Ves?- me dijo- En una foto escala, y en otra sonríe. Sonreí.

Ahora quiero aprender a escalar, porque Adam y Giovanna no piensan en su sonrisa, ni en su temblor, cuando escalan. Te lo cuento por si algún día te encuentro en la montaña, al subir o al bajar, y me quieres saludar.

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