miércoles, 5 de mayo de 2021

Viene y va


    ¡Pichín, despierta que es hora de desayunar! – Esa fue la frase con la que mi madre despertó a mi padre el día que cambiaría por completo nuestras vidas.

Cuenta ella que una tímida pregunta en el desayuno sobre la función de teatro a la que habían acudido el día anterior, le hizo despertar todas sus alarmas. Y es que mi padre no fue capaz de responder sobre Dionisio, su personaje favorito de los "Tres sombreros de copa", debido a que no recordaba siquiera haber estado en aquella sala el día anterior. Y era raro, realmente raro.

Mi padre nunca ha sido una persona corriente, siempre un tanto extravagante después de casi cuarenta años subido a los escenarios, dedicado a la actuación desde zagal. Entre bambalinas conoció a mi madre, entre butacas fui concebido y entre actores me he criado desde que tengo uso de razón. Siendo además su cabeza una de las más fiables enciclopedias artísticas sobre la Barcelona contemporánea que he tenido el placer de contemplar.

Ese vacío de información aparentemente inocente, desencadenó una maratón clínica entre médicos y especialistas que finalizó con un diagnóstico común: la salud mental de mi padre había comenzado a deteriorarse. En ese momento dice mi madre que ambos se miraron a los ojos, se cogieron de la mano y se juraron amor eterno. Exactamente igual que hace más de tres décadas hicieron en la ermita del pueblo.

Justo esa mañana se cumplían seis meses desde que mi madre le había convencido para dejar las tablas y adentrarse en una jubilación que les llevaría a conocer el mundo, para lo que llevaban tiempo ahorrando. Un percance que en la cabeza de mi madre era un jarro de agua congelada, pero en la de mi padre resultó ser la pócima de Obelix queriendo hacer realidad todas sus ilusiones en un periodo de tiempo muy corto.

Desde entonces mis padres han visitado nueve países pertenecientes a tres continentes. Pero sin lugar a dudas los mejores momentos ocurren a su vuelta, cuando reúnen en ese jardincito a sus hijos y nietos para narrarnos todas sus aventuras. Allí, con los ojos brillantes, mi madre nos explica con todo lujo de detalles las fotos mientras mi padre asiente con la cabeza en la mayoría de ocasiones. A veces incluso, él me mira disimuladamente y me dice vocalizando: "no tengo ni la más remota idea de lo que está contando tu madre". Un hecho que tiene una doble vertiente: los problemas de memoria de mi padre y los detalles que inventa mi madre para aportarle épica a las historietas.

Lo que es innegable es que a día de hoy ellos están felices, más enamorados que nunca y viviendo la jubilación como siempre la habían imaginado. Realmente no sé cómo evolucionará su enfermedad en el futuro, pero de lo que estoy seguro es que el rostro de mi padre siempre esbozará una sonrisa ya que como él mismo me dice: "hijo, no puedo ser más feliz".

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