Me puse muy guapa. Sentía mi cuerpo lleno de vida, de alegría. Quería descubrir nuevas sensaciones en mi alma. Por ello, después del desayuno salí decididamente a la calle dirigiéndome hasta la plaza del pueblo.
Mientras andaba hacia el lugar, los laureles dejaban caer sus hojas sobre mi cabeza impregnando el aire matutino de fragancias indescriptibles. Parecía que levitaba en cada paso, a pesar de mi longevidad. No obstante, me siento muy jovial.
Algo me decía que era un ser único y misterioso. Era tanta la dicha que sentía, que no podía borrar la sonrisa que se había dibujado en mi rostro. Había muchos niños jugando por todas partes. Debía de ser sábado…o domingo, tal vez. Yo seguía inmersa en mi mundo, abriendo y cerrando puertas y ventanas a los muchos paraísos que tenía ante mis ojos. Cada momento era divino y, solemne todo lo que me rodeaba.
Los pajarillos cantaban a rabiar y, tampoco dejaban de gritar los niños en sus alocados juegos. Un hombre voceaba vendiendo algo, creo. Algunos coches tocaban el claxon, como pidiendo paso. Era como si viviese en un sueño fantástico. Todo sonreía ante mí.
Bailaba despacio, con delicadeza y sin borrar la sonrisa de mi cara. De pronto, una señora de mediana edad, me llamó —¡Mamá!. No estaba lejos. Insistía llamándome. No cabía duda que era a mí quien llamaba. Hice caso omiso a la desconocida mujer. Nunca la había visto antes. ¿Cómo es que me llama mamá?, me pregunté. Por un momento, sentí mucha pena por la desequilibrada memoria de la señora, pero luego pensé que este mundo está lleno de incomprensiones y que hay mucha gente viviendo con problemas de salud mental. ¡Pobrecita! Desde luego, no quisiera estar en su situación.
Siguiendo con mi baile y mi alegría, en la hermosa mañana primaveral, noté que alguien me sujetaba del brazo, insistiendo en que me fuese con ella. Era la misma señora que minutos antes me llamaba "mamá". Bruscamente me solté de su mano y le dije: ¡Señora! soy muy feliz como soy. No me haga partícipe de su locura, por Dios. Intente ser feliz y déjeme en paz, por favor. Dicho estas palabras, la mujer me soltó. Entonces se echó manos a la cara y comenzó a llorar, amargamente. Sentí muchísima pena al dejarla así, pero, me marché y la dejé en medio de la plaza. No quise ser descortés, pero a veces no podemos cargarnos con los problemas de todo el mundo. Qué más quisiera yo ayudar a la buena señora, pero de qué forma…
El mundo sufre mucho por esas enfermedades tan raras que atacan severamente a la mente de las personas. Gracias a Dios, yo soy feliz así… como soy. ¿Tan difícil es de comprenderlo? Lo siento mucho por la señora de la plaza, pues aunque no sé quién es, me resulta bastante familiar. Quizás esté extraviada…
Ya no oigo a los niños, ni a los pájaros. ¿Dónde estoy? Creo que me he perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario