De repente unos nubarrones negros cubrieron toda la bóveda celeste. En pocos minutos se abrieron las compuertas del cielo y una cortina de agua desdibujó el paisaje, lo tornó borroso. El mar empezó a agitarse como reflejo de la furia de Neptuno que esa mañana pareciera se había levantado con mal pie. Debía estar removiendo su tridente en la superficie profiriendo alaridos ensordecedores, invocando a la tempestad sin piedad. El violento oleaje hizo que yo perdiera completamente el control de la nave. Quedé a la deriva, sumida en un caos en el cual mi cuerpo se zarandeaba a golpes de un lado al otro del camarote. No podía hacer nada, salvo esperar a que el tiempo amainara. Temía no sobrevivir a la furia de la naturaleza que me tenía paralizada. Me acurruqué debajo de la mesa, asiéndome a una de las patas y, aunque hacía tiempo que había perdido la fe, me puse a rezar con el fin de disipar el terror que me había poseído. Un sudor frio empañó todo mi debilitado cuerpo y empecé a notar que el corazón había empezado a aumentar su velocidad, como caballo desbocado. Estaba temblando, tiritando… convencida de que había llegado mi postrera hora. Iba a morir en pocos instantes, devorada por la rabia de Poseidón.
-Veo que has hecho los deberes
-Sí, soy una buena chica muy aplicada.
-¿Por qué has escrito esto?
-Así es como me siento.
-¿Aún no ha pasado la tormenta?
- Agito los brazos con fuerza para no ahogarme, pero temo cansarme, temo rendirme.
-Estoy aquí para que no te rindas. Estamos juntas en este barco, recuérdalo. Recuerda también el refrán…
- Sí, nunca llovió que no escampara.
-Exacto.
Salgo de la consulta y está lloviendo con ganas. Lo peor es que no llevo paraguas pese a que esta mañana el cielo encapotado me advirtió de semejante chaparrón. La lluvia últimamente es una constante en mi vida, sobre todo la que brota de mis ojos. Si se pudieran recoger las lágrimas vertidas, siempre pienso en cuántas botellas podría llegar a llenar.
Al llegar a casa me cae la consabida pregunta de cada día, que es que cómo me encuentro. Mis opciones de respuesta son tres y siempre elijo la tercera. Podría decir, que bien que estoy muy bien pero no puedo emitir semejante embuste. La segunda opción es la verdad sin paños calientes: Estoy mal, igual que ayer. Así que elijo la tercera, la que yo llamo la respuesta comodín que es, ahí vamos. Todos parecen quedar conformes.
Somos náufragos y habitamos en la Isla de la Esperanza. Allí debemos seguir viviendo hasta que arreglemos el barco partido, destrozado, fracturado y averiado. Sí, algunos y algunas estamos muy rotos, muy rotas. La buena noticia es que el barco no se ha hundido y espera paciente en la orilla a ser reparado.
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