El mago conoce bien su oficio. Hacer desaparecer el conejo blanco de la jaula para luego sacarlo de su sombrero, es un truco que domina a la perfección.
Presentarse ante sus compañeros ha hecho de su prestidigitación un acto que comprueba su salud mental. Hacerlo frente al director del hospital y su comitiva es algo que no le preocupa. Es una invitación que entiende como parte de su rutina.
Esta vez el conejo rehúsa salir del sombrero. En una jugada de desesperación inusitada, esparce algunos polvos que son posibles por la fantasía de los espectadores. Y lo que parecía un pequeño roedor reacio a salir, se fue transformando en una enorme y rugosa masa de carne gris saliendo forzadamente del pequeño artilugio.
¡Es un elefante! Sí, grande, fofo y con ojeras que dan cuenta de un insomnio de años. El sorprendido mago inclina la cabeza como asintiendo la proeza de una magia desconocida.
Embriagado por tal milagro y ante la paquidérmica masa, aclara ante el exclusivo público que el elefante está en oposición a la tiranía del conejo blanco.
— el show debe continuar — afirma con vehemencia, como un conjuro; en tanto intenta detener al díscolo elefante que persigue lascivamente a las enfermeras de la comitiva.
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