miércoles, 5 de mayo de 2021

Tierra

    Es lo que yo digo, porque aunque no pueda hablar, pienso. Pienso con palabras, se mezclan dentro de mi cabeza y me dicen cosas todo el tiempo. Mamá cree algo malo pasa conmigo, porque una vez la escuché hablando de mi salud mental y de que no entiendo nada, pero es al revés, entiendo demasiado, como ahora que pienso tierra y todo empieza a girar alrededor de esas seis letras y ya no puedo parar.

La tierra en la que pienso no es la que arma remolinos en la esquina, ni la que entra volando por la ventana. Tampoco es la Tierra que tiene mares y montañas, ni esa que le prometieron a un hombre hace muchos años. Cuando pienso tierra, no pienso en la tierra que camino para ir a casa de la abuela los domingos, ni en eso de poner los pies en la tierra que repite papá como si de repente él no supiera dónde los tengo. No estoy diciendo eso, lo que pasa es que son muchos los mundos escondidos en esta palabra de seis letras; tal vez sean infinitos, porque una palabra dice una cosa pero también otras miles y es como el cuento de la buena pipa que no acaba nunca.

Cuando me concentro en una palabra no puedo parar de pensarla. La miro por arriba, por abajo y de perfil, la huelo del derecho y de revés y siento qué gusto tiene al nombrarla hacia adentro, y mamá dice en voz alta en qué estarás pensando, hijo, y yo no puedo contestarle porque la palabra me pide que la piense y la piense. Y ahora, la palabra es tierra. Mamá y yo estamos en la huerta. Ella agarra un puñado de tierra y lo convierte en lluvia para que la tierra caiga sobre la tierra. Es tu turno, dice, y me da un poco. La deshago, la muelo con la yema de mis dedos y es como una caricia. Se une al resto buscando su lugar en el mundo. Ahora la semilla, Julián, dice mamá. Arrodillado. Escarbo. Uso mis dedos como rastrillo. Dibujo un surco. Esta es la tierra que pienso, la que ahora tengo metida en mis uñas, pegada a mi ropa. Hago un hoyo con la punta del dedo, cae la semilla, y yo, con mis manos, la cubro, la dejo sin luz, sepultada. De pronto tengo miedo de esa oscuridad y de quedar allá abajo, enterrado y solo y que me olviden. Me quedo en el silencio de la palabra y es como si estuviera en el borde de un precipicio. De repente, explota. Ahora no es una palabra, son muchas, miles, infinitas. Miro el sol allá arriba y no va a irse de ese cielo sin nubes. Septiembre, tal vez. Llegará el tiempo, la tierra se hará a un lado, y el brote, verde, crujiente, irá asomando, despacito. Después, la vida lo impulsará hacia arriba.

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