Sofía se preparó para su ruta. Practicaba senderismo porque en contacto con la naturaleza sentía una paz que nadie más se la proporcionaba. Aquella mañana salió temprano, llegó con su coche a la montaña de una forma casi autómata y se adentró por un sendero entre la alta vegetación. Caminó largo rato siguiendo las indicaciones del terreno hasta que llegó a un lugar que no reconocía. Estaba segura de que nunca había pasado por ahí. Era un sitio aplanado en forma circular. Vio una especie de túnel frente a ella. Se sintió atraída por una fuerza que la arrastraba hacia ese lugar. Fue a la misma boca de ese extraño túnel parándose frente a él. Primero un pie, luego otro pie, otro y otro hasta que entró en su interior. Ya no había luz, ya no se escuchaba ningún sonido, solo había silencio. Un silencio paralizador que la envolvió abrazándola, ofreciéndole su compañía. Aún no lo sabía, pero cuando su cuerpo penetró en la oscuridad, la entrada se cerró como por arte de magia. No veía nada por lo que no podía caminar hacia ninguna parte. Se sentó en el suelo frío, duro y húmedo buscando alguna manera de refugiarse adoptando la postura de un bebé cuando duerme. Quería llorar, estaba bloqueada, no reaccionaba, era incapaz de mover un solo dedo. Y ahí, con los ojos cerrados, encogida, con una dura sensación de opresión, apatía, abandono, soledad. Muchas personas habían entrado antes que ella a ese lugar y a esa nueva forma de existir. Delante de ella estaban hombres y mujeres tumbados inmóviles igual que ella. El túnel era largo y todos los que allí estaban se sentían solos sin estarlo realmente. No reaccionaban, no se movían, sólo estaban. Eso era lo que quería el túnel, los había atrapado y no quería dejarlos salir. Eran su alimento y todos atravesaban un problema de salud mental.
Pero lo que el túnel no sabía era que cada día se escapaban personas por una grieta de un lateral. Lo hacían poco a poco, de uno en uno y cuando salían sintiendo la luz, el viento… la vida… regresaban por los demás.
Sofía escuchó una voz suave y dulce que le dijo al oído:
-Dame la mano, no temas, he venido a ayudarte, a sacarte de aquí.
Ella confió en un ser al que no podía ver y su cuerpo se empezó a mover. Se agarró con fuerza a esa mano y salió de allí. Cuando estaba a punto de pasar por la grieta, el túnel la sorprendió y trató de engañarla para que volviera.
Pero ella era más fuerte de lo que creía, se enfrentó a él y gritó con todas sus ganas:
- ¡No te temo, me voy de aquí!
Corrió montaña abajo por el sendero de tierra hasta su coche. Lo arrancó, puso música y bajó las ventanillas.
De camino a casa se sentía libre, ligera, con ganas de moverse y de no volver nunca más a caminar sola.
Pero lo que el túnel no sabía era que cada día se escapaban personas por una grieta de un lateral. Lo hacían poco a poco, de uno en uno y cuando salían sintiendo la luz, el viento… la vida… regresaban por los demás.
Sofía escuchó una voz suave y dulce que le dijo al oído:
-Dame la mano, no temas, he venido a ayudarte, a sacarte de aquí.
Ella confió en un ser al que no podía ver y su cuerpo se empezó a mover. Se agarró con fuerza a esa mano y salió de allí. Cuando estaba a punto de pasar por la grieta, el túnel la sorprendió y trató de engañarla para que volviera.
Pero ella era más fuerte de lo que creía, se enfrentó a él y gritó con todas sus ganas:
- ¡No te temo, me voy de aquí!
Corrió montaña abajo por el sendero de tierra hasta su coche. Lo arrancó, puso música y bajó las ventanillas.
De camino a casa se sentía libre, ligera, con ganas de moverse y de no volver nunca más a caminar sola.
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