La primera vez que esa imagen cruzó por su mente, Antonio cruzaba con sus padres un puente sobre un lago inmenso.
Apretó la mano de su madre, porque no quería que el impacto al descender le doliera. No comprendió por qué saltó al vacío, pero la sensación de libertad golpeando su rostro fue gratificante, se alarmó apenas notó que en un segundo su rostro chocaría violentamente contra las calmadas aguas.
Su mamá no notó el apretón de manos, como tampoco sospechó lo que crecía dentro de su hijo.
Todo ocurrió en su mente aquella vez, y seguiría pasando siempre que estuviese en alturas, hasta el 27 de noviembre del 2020.
Antonio se mudó con su esposa a un noveno piso de un edificio en Medellín. Se asomó al balcón y revivió la sensación de siempre. Ella lo observó inquieto, se dio cuenta que lo había visto así en otras oportunidades, pero siempre pensó que se trataba de preocupaciones de ocasión.
Le preguntó qué sucedía. Y él la miró con vergüenza. Sabía que ahora que viviría allí, enfrentaría sus pensamientos cada día. Le contó.
Sí, jamás lo sospechó. "No es un miedo a las alturas, no quiero suicidarme, pero es un pensamiento que me seduce, volar, ser libre…". Le explicó Antonio.
A sus treinta y dos años había evitado dar el paso anclándose en la realidad, compromisos, metas. Pero para Alicia había un peligro latente desde ese momento, qué tal si un día Antonio pierde su norte y cede ante la sensación, qué tal si el estrés lo hace dar el paso definitivo y encarnar su extraña fantasía.
Tomó la mano de Antonio, él la apretó, como tantas veces lo hizo con su madre. Fijó sus ojos en el horizonte, imaginó la caída y se perdió en el pensamiento.
A sus treinta y dos años, tres días después, Antonio comenzó a asistir a terapia. Debió hacerlo antes, afortunadamente nunca dio el salto y pudo iniciar un tratamiento.
Apretó la mano de su madre, porque no quería que el impacto al descender le doliera. No comprendió por qué saltó al vacío, pero la sensación de libertad golpeando su rostro fue gratificante, se alarmó apenas notó que en un segundo su rostro chocaría violentamente contra las calmadas aguas.
Su mamá no notó el apretón de manos, como tampoco sospechó lo que crecía dentro de su hijo.
Todo ocurrió en su mente aquella vez, y seguiría pasando siempre que estuviese en alturas, hasta el 27 de noviembre del 2020.
Antonio se mudó con su esposa a un noveno piso de un edificio en Medellín. Se asomó al balcón y revivió la sensación de siempre. Ella lo observó inquieto, se dio cuenta que lo había visto así en otras oportunidades, pero siempre pensó que se trataba de preocupaciones de ocasión.
Le preguntó qué sucedía. Y él la miró con vergüenza. Sabía que ahora que viviría allí, enfrentaría sus pensamientos cada día. Le contó.
Sí, jamás lo sospechó. "No es un miedo a las alturas, no quiero suicidarme, pero es un pensamiento que me seduce, volar, ser libre…". Le explicó Antonio.
A sus treinta y dos años había evitado dar el paso anclándose en la realidad, compromisos, metas. Pero para Alicia había un peligro latente desde ese momento, qué tal si un día Antonio pierde su norte y cede ante la sensación, qué tal si el estrés lo hace dar el paso definitivo y encarnar su extraña fantasía.
Tomó la mano de Antonio, él la apretó, como tantas veces lo hizo con su madre. Fijó sus ojos en el horizonte, imaginó la caída y se perdió en el pensamiento.
A sus treinta y dos años, tres días después, Antonio comenzó a asistir a terapia. Debió hacerlo antes, afortunadamente nunca dio el salto y pudo iniciar un tratamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario