María tiene un problema. Es un problema que detectó hace unos meses, pero que hasta ahora no se había atrevido a llamar problema. No hace tanto, lo hubiera definido como un momento de debilidad, una época triste o una mala racha. Ahora admite que tiene un problema. Es un primer paso. Todavía le cuesta trabajo hablar de enfermedad, al menos en voz alta. Las convenciones sociales la llevan a seguir respetando el tabú cuando queda a tomar algo con sus amigos, en la oficina o durante una comida familiar. Pero cuando no hay nadie más, se sorprende una y otra vez con la misma pregunta: por qué le cuesta tan poco hablar de enfermedad cuando sufre un dolor de estómago, pero la palabra le quema la lengua cuando lo que le sucede tiene que ver con lo que sucede en su cabeza.
Al menos sabe que no está sola: uno de cada 15 españoles está pasando por lo mismo. Si cruza fronteras, todavía encuentra más comprensión: al menos 300 millones de personas comparten su dolencia alrededor del mundo. Y en los próximos años podría convertirse en la enfermedad prevalente en el ser humano. Lejos de llevarse las manos a la cabeza ante un panorama tan desolador, María se siente arropada.
Al fin y al cabo, ha ido conformando su percepción de la depresión con extractos de todas partes: una cifra que ha leído en un artículo de un periódico, un dato que ha escuchado en una emisora de radio, una experiencia valiente compartida por una influencer en las redes sociales, una serie de comentarios en un foro de internet… Y todo lo que ha podido recoger ha contribuido a generar en ella una extraña sensación de calma. Porque sus mayores temores eran la soledad y la incomprensión, y lo siguen siendo, pero le resulta más fácil enfrentarlos sabiendo que no está tan sola y que muchas personas combaten la misma batalla que ella.
Aún así, en ocasiones, sucumbe. No es sencillo plantarle cara a un monstruo invisible de cuya existencia todavía reniegan muchos. No es fácil vivir en un país, referente internacional en lo que respecta a sanidad pública, que considera que la salud mental no es lo suficientemente importante como para que la cubra la Seguridad Social. Le faltan herramientas, recursos, confianza y experiencia. María tiene un problema que no se soluciona tan fácilmente. No se puede ganar siempre.
Pero otras veces, cuando los ecos de la depresión comienzan a hacer sonar sus tambores, comienza a fluir un caudal de sangre fría por sus venas y resuena en su cabeza una voz firme y serena:
— Esta vez no me vas a ganar. Este asalto me lo llevo yo.
Y los tambores se detienen con la misma urgencia con la que han empezado.
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