Decían los correveidiles del gentío más parlanchín del lugar, sin ni siquiera contemplar si eran buenas o malas nuevas, que David sufrió muchos cambios en muy poco tiempo, si este era comparado con toda una vida. Metamorfosis en la que tuvo su parte de responsabilidad como joven alocado, buscando como muchos vivir al límite de lo imposible, entre procesos experimentales y adicciones a sustancias que atacaban con intensidad su sistema nervioso, que ya venía dañado de serie. David, de no ser alguien de médicos, tuvo que empezar a convivir con asiduidad con los especialistas en el ámbito de la salud mental emplazados en la cuarta planta del Hospital de Especialidades. Se vio envuelto en la tesitura de tener que empezar a reconocerse así mismo y sin ánimo de ser escaparate de nada, darse a conocer tal cual es. Un trabajo difícil, en el que navegar entre trastornos del carácter y el comportamiento, incapacidad laboral y discapacidad. Una temática nueva para él, en donde se iban a poner sobre el tapete sus limitaciones y pasos a seguir en la (de)construcción de la imagen proyectada de sí mismo a lo largo de su vida. ¿Qué joven de 38 años no iba a mostrar reticencias ante semejante cambio?. Sufrió hasta el punto de gritar y llorar desconsolado, con una proyección de su vida a largo plazo errónea, muy desenfocada y poco objetiva. Por más que buscaba, no se encontraba. Se valoraba y nunca encontraba su marca en el pilar de la entrada a lo celestial. Solo hubo una fórmula que consiguió aplacar el insomnio que cada vez extendía más sus lánguidas ojeras en la extrema palidez de su voluminoso cuerpo. El primer paso que tenía que dar, y dio tajantemente, fue dejar de juzgarse por cómo había transcurrido su efímera consciencia en el pasado. Su pensamiento no iba a cambiar ninguno de sus juicios, por lo que una vez sentenciado en firme, la reflexión le iba a situar en el punto cardinal más frío pero imprescindible para salir del pozo, en el norte. Mientras, a su vez, una nueva premisa desde su corazón, – no volver a caer para no tener necesidad de volver a resetear la maquinaria completa, dijo en voz baja. Pese a todo sigue sufriendo en silencio. Hasta que cualquiera de sus sentimientos sepan ser gestionados, aunque recorran a toda velocidad y de extremo a extremo el eje de su trastorno límite de la personalidad, o sea uno de esos atracones en los que una vez extasiado de comida se mande auto vituperar hasta dar pie a la depresión, que acto seguido se transformará en ansiedad y seguido, en la necesidad de castigar su cuerpo otra vez, debido al rechazo del amasijo de sentimientos negativos que cruzan el espectro de la rutina de David un día cualquiera. Lo que parece no ser útil en un contundente ¡ya!, vislumbra mucho de los avances de este al fin y al cabo, anónimo luchador. Trabaja por reconocerse y por gestionar su realidad.
Blog con los relatos presentados al concurso convocado por la Plataforma “Salud Mental y Cultura”, integrada por la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital de Los Arcos-Mar Menor, las concejalías de cultura de los municipios de Los Alcázares, San Javier, San Pedro del Pinatar y Torre Pacheco, las asociaciones AFEMAR, AIKE Mar Menor y LAEC, y la Fundación entorno Slow-Proyecto Neurocultura de Torrepacheco.
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