No se sentó, más bien se dejó caer sobre único escaño vacío que había en aquel momento en esa pequeña plazoleta. Un largo, casi doloroso suspiro acompañó sus movimientos. Luego golpeó los bolsillos de su chaqueta buscando el paquete de cigarrillos. Echado atrás en su asiento lanzó una larga y pausada primera bocanada de humo. De nuevo, tal como lo había hecho las dos últimas décadas se dio a la tarea de identificar alguna nube con la forma de un animal, flor, objeto o lo que la imaginación le sugería. Había sido su gran pasatiempo todo este periodo de su vida.
Cuando se puso de pie aplastó fuerte la colilla con el pie, luego cogió su maleta y emprendió la marcha. Ya lo había pensado suficientemente. El doctor Gallardo seguro lo entendería. A través de los años había logrado descubrir, aunque fuese a la distancia al hombre que se escondía detrás de aquel delantal blanco. Pediría hablar una palabrita con él. Sólo una palabrita le diría al de la entrada.
Le diría todo lo que en aquel par de días había visto y había vivido. El muchacho casi niño que había pretendido arrebatarle la maleta. Y no porque la haya dejado en alguna parte sino mientras caminaba cogiéndola de la manilla. Que debió dormir en el suelo por no tener un techo donde hacerlo. Que no había comido nada. Que había pasado el susto de su vida cuando casi fue atropellado por un vehículo que huía de la policía.
Solo cuando las luminarias callejeras comenzaron a marcar su sombra sobre el asfalto callejero se le vino a ocurrir pensar en donde pasaría la noche. Aquella primera noche distinta a todas las de los meses anteriores.
- No hombre, ¿cómo se le ocurre? - repetía una y otra vez lo que pensaba le diría el doctor Gallardo.
La frase la había mantenido a flor de piel durante todo el día negándose a adentrársele en la piel. Sin embargo, ahora era el momento preciso de convertirla en realidad. Alzó la cabeza y como suelen hacerlo los perros aguzó su oído a fin de captar en que lugar de la ciudad se encontraba en ese momento. Allí en medio de aquel conjunto de hombres, mujeres y niños era donde debía partir su nueva vida. Quiso entonces convencerse que involucrándose dentro de la dinámica algarabía de ese grupo de seres que ocupaban calles, tiendas y vehículos era la mejor forma de iniciar su nueva existencia.
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