De adolescente me avergonzaba visitar la quinta planta.
Muchos de nosotros, habríamos preferido cualquier enfermedad más aceptable, de esas que convocan en masa la solidaridad y provocan manidos comentarios: "qué luchador", "una heroína". Pocos bucearán en nuestra batalla: nuestros cuerpos aparentemente intactos. Pero esa lucha química que, invisible, nos lleva a una guerra perpetua con nuestros instintos, ese estado de alerta previo a la retahíla de pensamientos que acabarán con la templanza, esa confusión que nos margina, apartados para no interferir en vuestras vidas, van mermando las fuerzas. Y no estaría mal una mirada que nos dijese tierna que, pese a todo, seguirá a tu lado.
Uno mismo es el mayor sorprendido. Como una bala instalada en un órgano vital, la enfermedad avanza inexorable. En unos días, no reconoces al tú que dos semanas atrás se emocionaba con una mañana soleada. Son tus sentidos, que perciben de un modo extraviado los estímulos. Es tu raciocinio, tergiversando la lógica hasta aniquilarla. Es tu cuerpo, negándose a atenderse. Y tus afectos se diluyen, aunque el amor subsista.
A veces, el mal remite y queda en un mal sueño. Otras, se anquilosará en tus vísceras. Le cogerás cariño a la quinta planta, aprenderás a dialogar con ese pedazo de ti que rechazas, y, aunque parezca inconcebible, acabaréis conviviendo en armonía.
¿Encontrarás el abrazo de otros? De algunos: otros se alejarán, aquejados de ceguera. No te aflijas: son polvo del camino.
Encontrarás alivio en medicinas, alimentos, personas. Sobrevivimos en cualesquiera circunstancias, los lastres a cuestas. Tu existencia será un vaivén: unas veces te sentirás casi normal, otras, incapaz de todo. En ocasiones, preferirás entablar una relación íntima con tu cama. Te sabes condenado a cavilar. Ahí llega lo bueno.
Si podemos darle vueltas a la testa, podemos dársela al trastorno. Sucede que nadie nos enseñó que nuestras percepciones no entran en los cánones: que el negro sabe acaparar, impío, el espacio. Al principio, te dejarás tragar por la oscuridad.
Después hay que pasar a la acción. Armados del cargamento químico, el poco o mucho amor de quien nos quiera y la conciencia de que la vida es juguetona. Un desafío. ¿Adoras los videojuegos? Lidia cada día con monstruos. ¿Bailarina? Transforma en piruetas el sufrir. Pinta tu enfermedad, escríbela, cósela, háblale, escúlpela a martillazos en piedra. Nada te garantiza que decida largarse, pero si logras un instante de cada día sentirte dueño ti, sabrás que está agachando la cabeza. Y ese día tu sonrisa no será fingida.
Porque, aun presa de la angustia, de la indiferencia o de la desilusión, agazapado, dispuesto a patalaear, subyace un ser humano que, minúsculo, tuvo motivos para habitar este mundo.
La vida es un juego de estrategia. El trastorno mental nos convierte en extraños que no se reconocen a sí mismos. La soledad es inherente a ella: en ocasiones la buscarás. Otras, lamentarás ser invisible. No lo seas a ti mismo: no te mientas, no te maltrates. Habla, grita, pide ayuda. Insiste. Porque, recuérdalo: nosotros, también, somos héroes.
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