¡A levantarse de la cama!, no hay otra opción. Aún sigo cuestionándome el por qué vine a este mundo, y no por parecer un filósofo, sino porque estoy cansado de hacer lo mismo siempre; bueno, sé que podría hacer más, pero vamos, que tres tarjetas de crédito al tope, la pandemia quitándome el trabajo cada tres semanas y usar el transporte con cuarenta grados es insoportable. Ni para la sombrilla me alcanza, vaya putada; si no supiera que otros están más jodidos comenzaría a creer en el horóscopo o en los sermones de mí mamá. Me levanto de la cama, estoy mareado como de costumbre; boca seca, sensación de haber sido pateado e imágenes a diez mil revoluciones por segundo, al parecer todo bien, he estado pensando seriamente en convertirme en guionista, a lo mejor por fin sea millonario o mínimo supere las ansias locas de hacer algo con mi vida. La noche no estuvo tan mal, las palpitaciones no me hicieron gritar esta vez y el insomnio no me mantuvo hasta las tres. ¿Qué sigue? Bañarme con agua fría, delicioso de momento, intentar tragar cereal con leche, masticar mil veces y no pensar en que voy a atragantarme; si continuo así seguro que entraré en pantalones que usaba a los dieciséis. Uhm, no pinta mal. Veré las noticias y me desahogaré gritándole a los políticos, me extraña que los vecinos jamás han venido a callarme, tengo tantas cosas que decirles también. Antes de salir hago mi ritual de memoria, pues para terminar de amolarla desde que me dio COVID le debo agregar olvidar las llaves a la lista, si no existieran las calculadoras seguiría sufriendo con el siete por ocho. Hoy tomaré el auto compartido, ojalá que sea una persona interesante esta vez y no se ofenda si le digo que baje la velocidad, ¿es tan difícil entender que a 130 kilómetros por hora me ponen a temblar? Al menos sudaré frío, y con este clima será una ganancia. Ahora que recuerdo, he estado pensando en renunciar al trabajo, la verdad estar en el piso veintinueve no te hace sentir importante cuando sabes que puede sonar la chingada alerta sísmica en cualquier momento; ni siquiera acercarme a la ventana puedo ¿A quién se le ocurrió que los elevadores se ven bien con piso y paredes transparentes? ¡Dios mío! Si, ya sé que parece que soy una especie de hipocondríaco y que creer en fantasmas o sentir pavor a las arañas es más racional. Pero no miento, tengo mucho miedo. Sin embargo, este día será diferente, las molestas bolitas en las manos desaparecieron, pero siguen picando. ¡Caramba! Está comenzando a llover, ¿Me enojo o me alegro? Que importa, estoy cerca de llegar. Esta vez la puerta no es la misma, buena manera de romper la rutina; empujo la madera finamente tallada y barnizada, decidido a todo. Otra vez palpitaciones, me está faltando el aire ¡Hostia!, ¿Qué me pasa? Al fin, terminó la agonía, que bueno es ver a la terapeuta.
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