Todo cambió el día que Morb apareció en mi vida, no recuerdo con exactitud el momento. Pudo ser noviembre o incluso mayo del año pasado. Pero apareció en mi vida como si un elefante hubiese decidido sentarse sobre mi pecho. Al principio empezó apareciendo por las noches, cuando es demasiado complicado distinguir las formas de las sombras de una habitación en penumbra. Cuando los párpados pesan y el pensamiento quiere desvanecerse en el silencio de la madrugada. Trepaba por mi cama, se sentaba sobre mi pecho y enredaba mis pensamientos con sus alargados dedos hasta el punto de convertir todo en un sinsentido catastrófico que me obligaba a sentarme con los pies colgando por encima del suelo.
Conseguía así, distraerme del más preciado descanso y me hacía mantener los ojos abiertos como platos, obligándome a mirar el reloj para acabar con mi paciencia al observar como iban pasando las horas. Luego empezó a quedarse a dormir conmigo, hecho un ovillo entre mi pecho y mi cabeza, a veces se iba y no volvía y otras pasábamos semanas despertándonos juntos. Nunca me da los buenos días, siempre me recuerda algo absurdo, intrusivo, o que consigue minar mi positivismo por las mañanas, aunque últimamente le obligo a quedarse callado. No me gusta nada hablar por las mañanas.
Morb era oscuro, de forma inmaterial. Una presencia diminuta al principio, que si le dabas bola te acaba abrazando hasta el punto de convertirse en un boa constrictor. No tenía rostro con el que reconocerle, pero yo sabía que era mi monstruo. Siempre pensé que tener amigos imaginarios era cosa de niños, pero Morb me obligó a materializar su presencia, era la única manera de controlarlo. Y a mi me gustaba tenerlo todo controlado.
He intentado deshacerme de él. Lo he ignorado, faltado el respeto, he intentado incluso hablar con él, y explicarle que no soy su hogar, y que jamás le daré lo que quiere, me ha hecho incluso llorar de impotencia alguna vez. Aunque últimamente he optado por decirle que no es él, que soy yo, y que mi salud mental está por encima de sus deseos de monstruo.
Creo que normalmente no me escucha, lo mismo no hablamos el mismo idioma. Sin embargo, he aprendido las cosas que detesta y lo que es más importante, he aprendido a usarlas contra él: odia que escriba sobre él, odia que me tumbe en el suelo y deje que la música de meditación atasque mis oídos sin dejarle entrar, odia que salga a correr (el pobre es un vago), detesta verme reír (dice que me salen arrugas). Pero lo que más odia es que le sorprenda justo antes de atacar, se frustra y eso me hace feliz, no voy a mentir.
Así que Morb, querido amigo, los médicos te denominarán como quieran, pero para mi no eres más que un pensamiento, que viene y va, como las olas del mar. Y es que tu solito vas a acabar convirtiéndote en espuma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario