Y de repente, ahí estaba yo; sentada en la sala de urgencias de salud mental, a las cinco de la madrugada de una fría noche de invierno. Sola, con frío, y sin un duro en los bolsillos para sacar ni siquiera un café de la máquina.
Salí tan rápida de casa que olvidé todo. Confundida y cansada, muy cansada. Aturdida, como si lo que estaba viviendo no perteneciera a mi propia vida. Siempre había oído que la vida nos puede cambiar en un momento. Que a todos nos puede tocar "la china". Pero nunca pensé que nos pasara a nosotros, o simplemente no quería ver que nos pasaba cuando ya nos estaba ocurriendo.
Pero ese día definitivamente, no había vuelta atrás. Ya estábamos allí, y con suerte de llegar al hospital a tiempo, y de "estar". Siempre hay un primer día en todas las historias. En la nuestra sin duda, fue éste. Fue el primer día de una nueva vida, de una nueva etapa, en la que todo explotó y salió a la luz un problema que venía arrastrando mi hijo. Mi pequeño adolescente, pero mi bebé para siempre. Esa noche mi hijo se cortó los brazos de tal manera…que ya no pudo esconderse. Esa noche comenzó su primer ingreso, un diagnóstico, y mi abrir de ojos. Todo lo necesario para descubrir la vida que íbamos a vivir. Nuestra vida, que no se parecía a la que había planeado, a la que me hubiera gustado vivir, pero que era la nuestra.
Dolor.
Cuando una persona tiene una enfermedad mental, hay mucho dolor en su vida, pero también hay dolor en las familias. Como madre el dolor fue en ocasiones insoportable. Dolor fue lo que sentía en mis entrañas cuando veía a mi hijo en sus momentos más bajos.
Dolor cuando no entendía ni alcanzaba de lejos a percibir el porqué lo hacía, porqué se hacía daño a sí mismo.
Dolor, porque en el camino encuentras personas que no lo entienden y le rechazan, como si por tener un diagnóstico, cada vez que hablara o hiciera algo, ya solamente habla su "etiqueta" y no la persona que hay detrás.
Dolor, porque lo que más amo en el mundo, sufre más de lo que su cuerpo está preparado, porque esa carne que se formó dentro de mi carne, hay días que literalmente se rompe, y con cada corte, también soy yo la que sangra.
Demasiadas chinas en mi camino, en su camino. A veces siento que guardo tantas piedras en mis bolsillos…que lo más fácil sería dejarme caer y hundirme con su peso. Pero eso no es una opción. Como madre sólo me queda un camino, y estoy decidida a recorrerlo, aunque las fuerzas me flaquean a cada momento. Cómo madre, haré un puente con todas esas piedras. Un puente donde poder agarrarnos cuando las olas nos sacudan y la tierra vuelva a temblar bajo nuestros pies. Donde tú, mi niño, aprenderás a salvarte, y todo pasará.
La vida te espera.
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