¿Cómo podría pensar que me querías, si desde mi nacimiento, fuiste presa del pánico, si no te atrevías ni a besarme, si tus lágrimas humedecían mi ropa más que mis babas?
¿Por qué sé estas cosas? Porque te sufrí, te notaba la voz apagada, las manos temblorosas, esquivando cualquier contacto, visual, auditivo, físico. Acurrucándote en tu rincón de no pensar, donde nadie te encontraba (eso creías).
A fuerza de no dejarme quererte, dejé de hacerlo. Eso pensaba yo.
Hasta que encontré tus cartas, si tú lo supieras te morirías de vergüenza, literatura exquisita, emociones en carnes vivas. Cuánta culpa arrastras, cuánta lucha interior. Yo quería salvarte, papá lo intentó hasta la extenuación. No podemos salvar a nadie, solo quererlo. Y yo te estuve rechazando, odiando tanto tiempo. Qué insatisfacción la tuya, qué desgarradora insensibilidad física, inversamente proporcional a tu sensibilidad emocional.
No querías vivir, lo sé. Porque no querías sufrir, me lo dijiste. Tenías derecho, reclamabas a gritos. No supe entenderte, nadie supo.
Y ahora postrada en tu cama, te veo sonreír continuamente, contándome cosas inconexas, sueños incumplidos. Y yo, que me hice psiquiatra para poder curarte, solo encuentro consuelo cuando te cojo la mano y me la aprietas y mirándome a los ojos me dices ¡Qué guapo mi niño! ¡Cuánto te quiero!
A fuerza de no dejarme quererte, dejé de hacerlo. Eso pensaba yo.
Hasta que encontré tus cartas, si tú lo supieras te morirías de vergüenza, literatura exquisita, emociones en carnes vivas. Cuánta culpa arrastras, cuánta lucha interior. Yo quería salvarte, papá lo intentó hasta la extenuación. No podemos salvar a nadie, solo quererlo. Y yo te estuve rechazando, odiando tanto tiempo. Qué insatisfacción la tuya, qué desgarradora insensibilidad física, inversamente proporcional a tu sensibilidad emocional.
No querías vivir, lo sé. Porque no querías sufrir, me lo dijiste. Tenías derecho, reclamabas a gritos. No supe entenderte, nadie supo.
Y ahora postrada en tu cama, te veo sonreír continuamente, contándome cosas inconexas, sueños incumplidos. Y yo, que me hice psiquiatra para poder curarte, solo encuentro consuelo cuando te cojo la mano y me la aprietas y mirándome a los ojos me dices ¡Qué guapo mi niño! ¡Cuánto te quiero!
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