Lo primero que tengo que decir, es que tengo miedo de escribir esto.
Al hacerlo, voy a sumergirme en mi mente para intentar explicar lo que
me pasa y, con ello, corro el riesgo de sufrir un episodio. Pero hoy, quiero vencer a ese miedo que me atenaza y que es incluso capaz de hacerme perder el conocimiento. He de hacerlo, sino, me dominará para siempre.
De hecho, estoy a punto de desistir. Hay un titán dormido que espera
que lo haga. Prefiere seguir alimentándose en la sombra. De ese modo,
cuando salga de la hibernación, será tan fuerte que será imposible de
vencer.
¡No! Esta vez no vas a poder conmigo. Voy a plantarte cara. Quizás, si
te muestro ante mí, tal y como eres, pierdas tu vigor. Puedo fechar tu
nacimiento. Puede que al conocer tu principio, sepa ponerte un final.
Tal vez este escrito sea la estaca que mata al vampiro.
Todo comenzó hace cuatro años. Tuve que ir al hospital… Venga, no lo
dejes, sigue… Como iba diciendo, comenzó una vez que tuve ir al
hospital. Me había dado una reacción alérgica muy fuerte y todo mi
cuerpo era un amasijo de granos rojos. Me picaba tanto que quería
arrancarme la piel.
Nunca me había cuidado mucho. De hecho, llevaba una vida bastante poco saludable. Me sentía inmortal, hasta ese día, que miré a la muerte a los ojos. Si llego a acudir más tarde al hospital, no estaría
escribiendo esto. En la sala de espera, empecé a encontrarme peor. No
podía respirar y… y…. cerré los ojos. Recuerdo que antes de
desconectarme, sentí como mi cuerpo vibraba con una fuerza que no era
mía.
Me desperté en la cama. Una vía me chutaba diazepam. Me había dado un shock anafiláctico. No es nada del otro mundo, lo sé. Pero a partir de
ahí, mi vida dio un vuelco de trescientos sesenta grados. Se creó un
poso, invisible al principio, pero que con el tiempo se extendió hasta
afectar cada centímetro de mi cuerpo.
Esa sensación de pérdida de control que experimenté en la sala de
espera del hospital, se adueñó de mí. Quizás la magnifiqué. Puede ser.
Pero desde entonces, vivo con un escáner corporal. Muchos lo tildarán
de tontería. Yo antes, cuando mi salud mental era próspera, así lo
consideraba. Ahora, temo cada día.
Cualquier síntoma de la vida normal hace que salten mis alertas.
Vomito. He llegado a estar en la cama una semana, sin poder
levantarme, porque sentía que el mundo bailaba. He dejado de hacer
cosas porque, una vez, mientras las hacía, sentí una sensación rara en
la mano. Evitó ir a restaurantes por si sufro episodios. Me obsesiono
con la muerte y la enfermedad a diario y siento que estoy cercano a
ella.
Que escriba esto hoy, es para mí toda una hazaña. El poder hacerlo se
lo debo a mi psicóloga. Ponerle nombre a las cosas, ayuda. La actitud,
soluciona.
Quizás hoy vaya a cenar fuera…
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