Carmen sólo atravesaba una crisis existencial. El corte limpio en la muñeca derecha no había terminado de sanar y ya estaba de regreso en la oficina. Pude imaginar que la grieta del alma aún estaba purulenta pero de seguro no quería recargarnos con sus pendientes. Serena, como siempre, saludó y se consagró a sus deberes. Ni siquiera preguntó por qué su buró ya no se encontraba alineado con el resto de los escritorios, sino que de cara a la pared, había sido volteado, como si la tristeza fuera una epidemia incurable que podía contagiarnos. Desde que se supo la noticia se susurró en los corredores si podría mantenerse al frente del equipo. Nunca antes se había dicho algo medianamente gris de su investidura, era una profesional intachable. Fue de a poco, pero lo cierto es que dejamos de ser cómplices en los minutos de meriendas y almuerzos, nunca más intercambiamos nuevas recetas para los fines de semana, ni siquiera volvimos a realizarle esas tontas preguntas cotidianas respecto a las cuestiones propias de nuestra ocupación, quizás, implícitamente nos movía el no agobiarla con nuestra íntima proximidad. Una tarde de agosto comunicó la Administración que había causado baja. Nadie preguntó los motivos a pesar de que sabíamos que llevaba treinta años en el sector y que era incondicional al trabajo, incluso, semanas antes del incidente, nos había mostrado el manuscrito de una moderna versión del "Manual de inducción para trabajadores de nuevo ingreso". El trabajo se presentó en la Conferencia Científica de aquel año como iniciativa del Departamento, evento al que no fue convocada. Hace tres días me mudé a la capital, apliqué para una plaza de ejecutiva en el Archivo Histórico de la República. Con los nervios a flor de piel vestí mis mejores galas para la entrevista inicial, quería impresionar. Subí al cuarto piso del majestuoso edificio. Una joven amable, me ofreció de inmediato una tizana y extendió un plato con caramelos, me participó que la Directora Nacional venía a mi encuentro desde el aeropuerto porque acababa de regresar de un Congreso de Filantropía en Bélgica. El minutero no había marcado la hora acordada y allí estaba mi antigua compañera de oficina, me dio un cálido abrazo y mirándome con ternura, así, sin más, expresó que sería un placer trabajar a mi lado. Recordé de inmediato una magnífica escena del filme indio "Mi nombre es Khan", donde la madre del protagonista, afectado en su salud mental, realiza una sabia afirmación.
Blog con los relatos presentados al concurso convocado por la Plataforma “Salud Mental y Cultura”, integrada por la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital de Los Arcos-Mar Menor, las concejalías de cultura de los municipios de Los Alcázares, San Javier, San Pedro del Pinatar y Torre Pacheco, las asociaciones AFEMAR, AIKE Mar Menor y LAEC, y la Fundación entorno Slow-Proyecto Neurocultura de Torrepacheco.
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