jueves, 6 de mayo de 2021

Me llamo manía

    Seguridad, con sus andares impasibles, su cabeza agarrada al cielo y su pelo ondeando al viento. Sin nada en los bolsillos, regalando billetes y sonrisas ultra procesadas.

Esa fui yo, y esa nunca fui yo. Solo fué algo que se desvanece en una tormenta de risas y posturas fingidas, esas que se esconden entre los balcones para poder arreglar un pedacito de sus vidas mediante la mía. Algo sucio y sobrevalorado en una sociedad de perdedores que triunfan.

Cuando le regalé esa flor a la vecina del tercero, que me observaba desde su ventana, esta giró la cara, no quiso saber nada de mi. Entonces, si no quieres saber nada de mí, me pregunto porqué sabes todo de mi vida y te atreves a juzgarla como pasatiempo favorito.

¿Sabes? Me siento curiosamente desprotegida ante tal crueldad y sumamente a salvo sin tus palabras hirientes, aunque mis oídos recojan pitidos estridentes cada día al pasear frente las ventanas cristalinamente sucias.

No me gusta estar viva, me gusta sentirme viva, amada, respetada y dignamente elevada de este suelo que impone cadenas que te arrastran bajo tierras movedizas. Y sinceramente, si tu no vas a seguir estas reglas de la divina humanidad, no gastes saliva ni pensamientos oscuros para mi. ¡Sí! escuchaste bien, todo lo oscuro te lo puedes quedar y por bien de tu ego inflamable estarás en el camino correcto y cada día más cerca del infierno.

He ahí tu hogar preciado, tus gozos festivales, tu locura inacabable. ¡Disfrutalo! Es tu gran cometido, ego frustrante. Yo ya hace tiempo que dejé que te fueras, y aunque a veces sigues persistiendo en agarrarme por el pescuezo, resbalo entre tus manos heridas y sano mis partes en decadencia, salvandome de tu incertidumbre y adrenalina tramposa.

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