Todo empezó por la nube.
El rayo de sol venía y venía, pero esa nube gorda y negra no lo dejaba pasar.
Soplé hasta moverla.
Luego fueron los pájaros.
Era una parvada grande que daba vueltas en el cielo como si quisiera hacer un remolino de sus azules. No podía verles los picos ni las alas ni las patas desde acá abajo, pero sabía que estaban allí. Plumas, alas, picos y patas, los pájaros están hechos así.
Yo buscaba sus ojos. Si los ojos de los pájaros miraran hacia abajo, entenderían y se moverían.
- ¡Aquí!, ¡aquí! - grité.
Los pájaros dieron un último giro y se alejaron volando hacia el horizonte.
Luego el problema fue el árbol.
Puse una mano en su tronco y con la otra señalé el rayo de sol atrapado en su follaje.
- Solo un poquito para allá.
El árbol iba a sacar sus raíces del suelo para echar a caminar, pero no fue necesario. Vino un vendaval, agitó las ramas del árbol y se llevó muchísimas de sus hojas. Por entre los nuevos huecos del follaje, pasó el rayo como si fueran amigos.
Oooooohhhh
¿Quién puso la ropa?
Colgaba mojada del tendedero.
Esta vez no soplé ni grité ni le pedí por favor. La sábana goteaba gotas amarillas cuando la moví para la izquierda y el vestido goteaba gotas rojas cuando lo moví para la derecha, y el rayo pasó.
Azul del cielo, gris de las nubes, café de los pájaros, verde del follaje, amarillo de la sábana y rojo del vestido.
El último obstáculo fui yo.
Mi pelo es negro, mi piel es negra, mis manos son negras.
Así que cuando el rayo de sol se acostó en mi cabeza sentí calientito.
- Gracias- le dije- pero no es para mí.
Y luego murmuré "por favor" y di un paso atrás.
Ella estaba acostada en el suelo.
- Es el sol- le dije, aunque mi hermanita no sabía hablar.
- Sí, soy el sol- murmuró el rayo
Y así fue como mi hermana recién nacida – y acostada en el pasto como una tortuga-recibió el primer rayo de su vida que la bautizó.
- Sol, ella también se llama como tú.
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