miércoles, 5 de mayo de 2021

Martina y Sofía

    Un rayo de luz le apuntaba directamente a los ojos. Le molestaba, pero el sol llegaba solo en esa dirección, y se movía, se iba a entumir. La "sala grande" era la más helada de todo el hogar, tenía apenas una ventana y a esa hora el hilito molestoso que le pellizcaba los ojos era todo lo que tenía para calentarse.

Trató de distraerse y contar hasta 100 como le había dicho la tía Rosita. "Cuenta hasta cien, es lo que se va a demorar la tía Solange en llamarte".

"Yo ya sé porque estoy aquí, tía" - le había dicho ella, con voz de culpa- "es por la Sofi". La tía Rosita le había dado unas palmaditas que no la tranquilizaron mucho.

Ese día la sala estaba llena, era día de visita en el hogar. Habían cambiado las flores de la entrada, limpiado los baños y arreglado el portón. Detrás de uno de los jarrones nuevos, en la otra esquina, la Sofi se asomaba haciéndole muecas y desafiándola a reírse. Se contuvo con todas sus fuerzas, porque no quería empeorar las cosas.

Hubiera preferido que fuera Sofi quien hablara con la directora. Su amiga era inquieta, peleadora como ella sola, pero sabía responder preguntas incómodas. Estaba segura de que podría explicar mucho mejor las cosas a la tía Solange. Era tan rápida ¡que le daba envidia! Ella en cambio, estaba acostumbrada a sentir las palabras en la punta de la lengua y a tener que tragárselas, de puro nervio.

¿Por qué número iba? Creía que en el mil. Había perdido la cuenta. Justo en ese momento, vio cómo se abría la puerta de letrero multicolor que decía dirección, y aparecería la tía Solange buscándola con la mirada. "Martina, pasa por favor".

La directora cerró la puerta y le pidió a Martina que se sentara. Tenía la mirada perdida, le había tocado despedir a niñas del hogar demasiadas veces. Cada vez que llegaba el momento de darles la noticia, se quedaba en blanco, y le parecía que estaba haciendo algo incorrecto. Se cuestionaba, e incluso a veces no recordaba porque el consejo directivo había llegado a tomar la decisión de trasladarlas, ni porque a ella le tocaba decirle a niñas inocentes que ya no podían vivir en el único lugar que consideraban un hogar.

La verdad la directora no sabía si Sofía era un invento de Martina, un delirio, o una enfermedad. No lo entendía. La habían convencido de que la niña tenía alucinaciones y que en el hogar ya no podían ayudarla. Ella creía que el verdadero problema era que Martina había tenido que despedirse de todas las personas importantes de su vida, y Sofía era la única persona a la que nunca tendría que decir adiós. No como ella, que estaba a punto de convertirse en una persona más de esa amarga lista de despedidas.

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