miércoles, 5 de mayo de 2021

Cuidado con los ángulos

    Jorge está loco. Está loco porque se siente loco. Se siente loco porque piensa demasiado y demasiado solo y se hace daño sin comprender por qué. Pero, a juicio de Jorge, nada de esto tiene que ver con salud mental. La salud mental es a su locura lo que el sol matutino al vespertino. Su locura es un ocaso o, mejor, una flor del ocaso. Una flor que se abre y se regala a la oscuridad. Con todo, parece que algo ha de haber en común. En ambas el sol ilumina en escorzo, la lucidez enfoca oblicuamente un espacio obtuso. La salud mental no tiene importancia para Jorge porque él piensa que está loco. Y la locura es carismática como un abismo, sugiere lo que no está como si estuviese. La salud mental, en cambio, promete iluminarlo todo progresivamente. La locura es inmutable, indeterminada: uno puede estar loco y esconderse. Pero lo otro… ir abriéndose a la luz, a una luz que tiende a la ubicuidad, a la exposición de lo innombrable. Citas con doctores, grupos de trabajo, hacer como que no pasa nada cuando pasa algo y viceversa, las miradas torcidas de los amigos, esa molestísima solicitud de la familia cargada de silenciosos pensamientos.

Jorge puede sentirse loco cuando todos duermen en su casa. Se siente libre para convertirse en gusano o cucaracha, en kafkiano insecto. Se justifica y… ¡Qué plena siente la certeza de sus argumentos! En su conversación solo responde ante sí mismo, ante su altura y su esperanza. ¡Mañana! Mañana todo será distinto… mañana, como dice Kerouac, el cielo.

Jorge antes leía. A veces todavía lee, pero ya casi no encuentra tiempo. Los gusanos no tienen tiempo salvo para arrastrarse. El tiempo se le escapa a Jorge y a veces se extraña. De repente es de noche y sus padres duermen. Él se siente libre por un segundo. Tiene toda la noche para reptar. De nuevo las crueles arcadas de Nyx. De nuevo la silente incertidumbre de la soledad.

Jorge vive aterrorizado de sí mismo. Se desespera. Es un átomo en un universo donde impera el vacío. Si pudiera renunciar a su locura el espacio retrocedería a su estado original: el paisaje, la comarca, quizá el hogar. Pero no puede. No puede porque solo la locura le salva de la enfermedad. Un loco no es un enfermo mental y Jorge lo sabe. Un enfermo carece de carisma, su única dignidad es la impotencia. Así que Jorge se ha convencido de que puede perfectamente estar loco y fingir. ¡Todavía más! Puede fingir que está loco y así salvarse del infierno que, según Sartre, son los otros. Jorge es un loco leído Por otra parte, su sufrimiento es insoportable. Se levanta al claror de la luna y se atraviesa, deglute, vomita, llora y hace pasar el tiempo repitiendo dos palabras: «¡Mañana! Mañana pasará».

Jorge está enfermo. Las manos tendidas las percibe como dagas. Nunca nadie le dijo que tras la enfermedad se demora la verdad de la palabra.

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