Otra vez estaba en uno de esos días. Esos días en los que me cuesta levantarme de la cama, ducharme, desayunar y hacerme a la idea de ir a trabajar. Momentos y momentos que se suceden en mi vida desde que cumplí los treinta aunque entonces apenas tenía importancia. Todo el mundo creía saber la clave y remedio de lo que me pasaba: que si son temporadas, que si la primavera, que si el estrés, que no sabían por qué me ponía así si yo no sabía lo que eran los problemas de verdad, vamos, todos sabían causas y soluciones menos yo.
Recuerdo perfectamente "el día". Había sido madre hacía unos meses, y volvieron a aparecer esos días, pero esta vez muy juntos, demasiado seguidos, esa desgana ya no me afectaba solamente a mí, también a ese ser al que había alumbrado apenas hacía noventa días. Fue el médico de cabecera el que, al ver mi pérdida de peso, al saber que no pude amamantar a mi hijo, y que no quería saber de nada ni de nadie, me lo dijo por primera vez: "No te asustes, pero creo que vamos a tener que luchar contra un problemilla de salud mental", después de mis lloros me intentó consolar sin mucho efecto.
No sé por qué me puse así, yo ya sabía que no estaba bien, pero supongo que lo duro fue ver que hasta un desconocido lo podía deducir únicamente escuchando mis hábitos diarios, y si él lo sabía, ¿todo mi entorno también?
El siguiente paso fue mandarme al psiquiatra, lo recuerdo como algo terrible, pensaba en los psiquiatras de las películas, de los libros, en Don Quijote, en mi misma empeorando, me recreaba en una idea negativa que yo misma había forjado a mi antojo, todo viéndome aún peor de lo que estaba.
Comencé a ir, me mandó algo de medicación, me tranquilizaba y sobre todo me neutralizaba esos sentires tan intensos que me invadían. No sé si mejoré mucho o poco, rápido o lento, pero sé que ya no me afligía tanto por todo. Al mes decidió hacer algo distinto conmigo, me dijo que era muy joven y que no iba a dejar que me recreara más en mi micromundo, ese tan oscuro en el que yo me sentía tan mal y cómoda a la vez, así que comenzamos mi peculiar terapia: salir a la peluquería una vez al mes y hacerme foto que lo atestiguara, lo mismo en restaurantes, tiendas de ropa, parques, reuniones sociales...una auténtica locura, algo que me costaba la vida hacer pero me salvó de mi misma, de mi confortable pesimismo.
Desde entonces he recaído varias veces, pero nunca, nunca jamás, he vuelto a sentirme limitada por mi mente, la entiendo, sé que tiene subidas y bajadas y mi labor es el equilibrio, el medir y saber hasta donde bajo para coger impulso y subir para vivir.
No sé por qué me puse así, yo ya sabía que no estaba bien, pero supongo que lo duro fue ver que hasta un desconocido lo podía deducir únicamente escuchando mis hábitos diarios, y si él lo sabía, ¿todo mi entorno también?
El siguiente paso fue mandarme al psiquiatra, lo recuerdo como algo terrible, pensaba en los psiquiatras de las películas, de los libros, en Don Quijote, en mi misma empeorando, me recreaba en una idea negativa que yo misma había forjado a mi antojo, todo viéndome aún peor de lo que estaba.
Comencé a ir, me mandó algo de medicación, me tranquilizaba y sobre todo me neutralizaba esos sentires tan intensos que me invadían. No sé si mejoré mucho o poco, rápido o lento, pero sé que ya no me afligía tanto por todo. Al mes decidió hacer algo distinto conmigo, me dijo que era muy joven y que no iba a dejar que me recreara más en mi micromundo, ese tan oscuro en el que yo me sentía tan mal y cómoda a la vez, así que comenzamos mi peculiar terapia: salir a la peluquería una vez al mes y hacerme foto que lo atestiguara, lo mismo en restaurantes, tiendas de ropa, parques, reuniones sociales...una auténtica locura, algo que me costaba la vida hacer pero me salvó de mi misma, de mi confortable pesimismo.
Desde entonces he recaído varias veces, pero nunca, nunca jamás, he vuelto a sentirme limitada por mi mente, la entiendo, sé que tiene subidas y bajadas y mi labor es el equilibrio, el medir y saber hasta donde bajo para coger impulso y subir para vivir.
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