Se fueron a vivir a Micuro, una vereda inhóspita y recóndita. Allí establecieron la única tienda del lugar. Mercedes se sentía rara porque venía de Cartagena, en donde trabajaba en una charcutería acreditada y ahora atendía una tienda pequeña en un poblado que no tenía agua potable ni luz eléctrica y donde las aguas negras corrían por los bordes de los senderos. Las viviendas eran de bahareque, con techos de paja y piso de tierra.
Rubén le prohibió a Mercedes que conversara con los clientes porque, según él, eran incultos. Solo podía decir estrictamente lo necesario para vender porque incluso su esposo, la espiaba por la hendija de la puerta de la trastienda para cerciorarse de que le obedecía.
Entonces la gente le cogió ojeriza a Mercedes y, además, a ella se le estaba olvidando hablar. Se hizo una mujer de largos y profundos silencios, no podía sostener una conversación, su ensimismamiento ahogaba cualquier charla.
Rubén no soportó esta situación, un día se fue y no regresó. Ella se quedó completamente sola, los vecinos la evitaban y no le hablaban. Mercedes se sentía como una persona con peste a la que la gente rechazaba.
Un día llegó un paisa y puso otra tienda en Micuro, quitándole todos los clientes a Mercedes. Ella se fue consumiendo los productos de su negocio y los otros, se vencieron o se pudrieron.
Cuando se quedó sin nada que comer, le rogaba a Dios para que cayera alguno de los cocos de la palmera del solar, pero entre más se asomaba, menos caía el coco. Se hizo frecuente el ulular de sus tripas y la sensación de que el filo de una navaja se hundía en su estómago, entonces tomó mucha agua del pozo y se comió las uñas.
Después de una semana de aguantar hambre, escuchó un alboroto, salió de su casa y se enteró de que a un vecino lo había picado una serpiente. Fue hasta la casa del herido y vio que la culebra lo había mordido en el tobillo. En silencio, y antes de que se lo llevaran al hospital más cercano, ella le hizo los primeros auxilios.
Cuando lo vio el médico, les aseguró a los familiares que si no hubiera recibido los primeros auxilios rápido, lo más probable es que hubiera muerto porque el veneno de esa serpiente era muy letal.
La esposa del herido quedó muy agradecida con Mercedes y la invitó muchas veces a almorzar. Era una señora muy simpática y conversadora. En un principio, le sacaba las palabras a Mercedes con ganzúa, pero en la medida en que pasaban los días, ella empezó a dialogar con más fluidez. Un día le indagó sobre el por qué no charlaba con los vecinos, entonces Mercedes comenzó a contarle la historia de la mujer que se le estaba olvidando hablar y de un momento a otro, comenzó a sentir que las palabras le salían de la boca como si fueran pájaros en pleno vuelo.
Entonces la gente le cogió ojeriza a Mercedes y, además, a ella se le estaba olvidando hablar. Se hizo una mujer de largos y profundos silencios, no podía sostener una conversación, su ensimismamiento ahogaba cualquier charla.
Rubén no soportó esta situación, un día se fue y no regresó. Ella se quedó completamente sola, los vecinos la evitaban y no le hablaban. Mercedes se sentía como una persona con peste a la que la gente rechazaba.
Un día llegó un paisa y puso otra tienda en Micuro, quitándole todos los clientes a Mercedes. Ella se fue consumiendo los productos de su negocio y los otros, se vencieron o se pudrieron.
Cuando se quedó sin nada que comer, le rogaba a Dios para que cayera alguno de los cocos de la palmera del solar, pero entre más se asomaba, menos caía el coco. Se hizo frecuente el ulular de sus tripas y la sensación de que el filo de una navaja se hundía en su estómago, entonces tomó mucha agua del pozo y se comió las uñas.
Después de una semana de aguantar hambre, escuchó un alboroto, salió de su casa y se enteró de que a un vecino lo había picado una serpiente. Fue hasta la casa del herido y vio que la culebra lo había mordido en el tobillo. En silencio, y antes de que se lo llevaran al hospital más cercano, ella le hizo los primeros auxilios.
Cuando lo vio el médico, les aseguró a los familiares que si no hubiera recibido los primeros auxilios rápido, lo más probable es que hubiera muerto porque el veneno de esa serpiente era muy letal.
La esposa del herido quedó muy agradecida con Mercedes y la invitó muchas veces a almorzar. Era una señora muy simpática y conversadora. En un principio, le sacaba las palabras a Mercedes con ganzúa, pero en la medida en que pasaban los días, ella empezó a dialogar con más fluidez. Un día le indagó sobre el por qué no charlaba con los vecinos, entonces Mercedes comenzó a contarle la historia de la mujer que se le estaba olvidando hablar y de un momento a otro, comenzó a sentir que las palabras le salían de la boca como si fueran pájaros en pleno vuelo.
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