miércoles, 5 de mayo de 2021

Los ojos del recinto

    Existen recintos que se resisten a ser conocidos. Preferiría dejar las páginas en blanco antes de hablar sobre ellos, pero no podré dormir si no lo hago. No puedo hablar de la confusión que reside en ellos, o reside en nosotros, o que hace residir en nosotros tales lugares. Pero en el nuestro siempre tengo la extraña sensación de perderme entre su vasta extensión y las zonas escarpadas. Dentro de él, yo y los demás entramos en otro mundo. La vuelta a pie se convierte en un ascenso por palcos verdes de un auditorio cuyo escenario es la llanura amarillenta que pisamos, y más arriba, pasada la cerca de barras que amurallan el recinto, están los edificios risueños observando nuestra función. Por ello me gusta detenerme y sentarme en unos bancos de madera que no miran a ninguna parte ni a nadie, pero que también forman parte del público que presta atención a nuestro silencio. El silencio te obliga a tener algo que decir. Suele pasarme frecuentemente. Por ello, hablo y hablo para que el paseo por el recinto sea menos repetitivo y distinto al de ayer, anteayer y… en fin, no es muy gracioso darse cuenta cómo pasa el tiempo aquí. Sin embargo, a mi alrededor escucho las habladurías del público, la marejada de carcajadas, como si observaran las actuaciones de un saltimbanqui caminando por el prado, en mi prado de fantasías, donde otros ven una loma de bromus y unas pocas malvas. Tarde o temprano me convenzo de que no importa demasiado y permanezco como un residente de lo irreal, antes de regresar al exterior cotidiano, entrando reumáticamente en fila hacia los barracones, unas construcciones rurales de tejado inclinado y ventanas rotas que se multiplican en torno a nosotros. Y los demás parecen transparentarse con los muros anaranjados de los edificios y alumbran la entrada con un color escarlata muy sospechosos. Ya se están poniendo nerviosos para que regresemos. Así ha sido programado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario