Subí al escenario temblando, todos me veían. Rápidamente cubrí mi cara con el discurso que había preparado y empecé a hablar por el micrófono:
Muy inteligente. Cualidad con la que siempre he sido descrito. Desde pequeño cuando me adelantaron algunos años en el Programa de Capacidad Intelectual Superior. Las ciencias, especialmente las matemáticas siempre se me han dado muy bien. El problema en realidad son los vínculos con las personas.
Para explicárselos mejor, mi nombre es Rodrigo González y tengo TEA (Trastorno del Espectro Autista) en este entra, además, el Síndrome de Asperger, lo cual afecta a las relaciones sociales y dificulta la comunicación. Pero también genera una memoria excepcional y es por eso que a mis 15 años soy el primero de la clase del último año de Bachillerato. Generalmente no tengo la habilidad para hablar frente a tantas personas y en la escuela no recuerdo tener ni un solo amigo. Hasta los profesores me veían como un excéntrico.
Pero todo eso cambió gracias a Annie White. Cuando trataba de acercarme a alguien en el colegio, simplemente no me salían las palabras y tampoco podía comprender nada de los demás. Siempre tachado como raro, siempre teniendo lidiar con eso, pensaba que lo haría solo. Hasta que Annie fue transferida a mi cole. Nunca sabré la razón por la que se acercó a mí. Incluso cuando hablaba con poca fluidez y sin mirarla a los ojos pudimos entablar una amistad. Por primera vez tenía una amiga.
Un día en clase, Mathew García les dijo a todos que yo era un loco psicópata que fingía tener Asperger, Mathew no sabía qué es el autismo. La ignorancia y las ganas de meterse con alguien, simplemente por no entender, tal vez por miedo.
Estaba al borde del colapso, escuchando tantos insultos. No podía soportarlo y creí que nadie me ayudaría, pero Annie se paró enfrente de todos y les mostró varias diapositivas con información del autismo. Después, en una charla contestó sus dudas. Gracias a esto eliminó el prejuicio. Annie llamó la atención del grupo y eso le dio la idea de hacer lo mismo por todo el país. Dos años después hemos iniciado la fundación Lazos Azules, para brindar apoyo a quienes tienen cualquier tipo de espectro autista, damos información sobre la salud mental a amigos, familiares y compañeros y así, juntos cambiamos la percepción sobre TEA.
Un paso a la vez. Retiro la hoja en donde escribí mi discurso. Ahora puedo mirar al enorme público, que sonríe y me aplaude. Me entienden. No tengo miedo. Con calma miro las muñecas de Annie y Mathew. Sus cintas azules, iguales a la mía, son apenas una pequeña distinción de algo a lo que le dicen TEA y que nos ha unido.
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