Mi mamá no sabe que me casé dos veces y que tengo dos hijos, los dos de Raúl. No tiene idea de por qué me separé, ni sospecha lo bien que le caería Santiago. Tampoco sabe que estudié y tengo un cargo directivo en el Gobierno. Que armé además mi propia empresa y en ella le doy trabajo a mucha gente.
Mi mamá no sabe que tuve que dejar la casa grande, esa hermosa que me ayudó a tener junto a mis ex suegros. No sabe que el barrio se había convertido en un lugar peligroso, y que ni bien pude malvendí la casa y me fui. Tampoco sabe que Santi siendo novios me ayudó a comprar un departamento para que tenga un buen lugar donde vivir con mis hijos, que no son los suyos, y que no quiso poner ni una parte a su nombre: para vos y los niños, que si a mí me pasa algo yo me quedo tranquilo de que tienen un techo.
Mi mamá no sabe lo mucho que extraño a mi papá, que partió cuando estaba embarazada de Juan, tan parecido a él que impresiona. Y tampoco sabe que mi hija Paloma es de Leo, como ella, tienen el mismo carácter y es su calco excepto en los ojos celestes.
Mi mamá no sabe lo lindos que se ven los atardeceres al reflejarse el color naranja en los edificios desde este piso tan alto. Y que cuando me tengo que levantar temprano puedo deleitarme con el sol naciendo del río, mientras tomo unos mates, que ella nunca me enseñó a preparar.
No sabe lo difícil que se me hace por momentos el amor, algo que debería ser simple. Simple como parecía ser el de ella con mi papá, que recién ahora de grande entiendo los esfuerzos que deben haber hecho para acompañarse, tan distintos uno del otro.
Mi mamá no sabe que todos sus hijos basaron sus vidas en el ejemplo que nos dieron ellos, la pasión por darse, honrando con la vocación lo que nos fue otorgado.
No sabe lo rico que cocino, y cómo halagan mis hijos cada cosa que preparo. Hasta el pollo al horno y los fideos caseros con bolognesa me salen casi tan buenos como cuando los preparaba ella. Y que tengo el balcón lleno de plantas, que si agarro un gajo de algo me prende, y sale una belleza que hasta flores da. Mano verde le dicen.
Que con Palo y Juan nos fuimos a México, en mi regreso al país que nos acogió en el exilio y al que nunca había vuelto. Y que visitamos todos los museos a los ella que adoraba ir.
Mi mamá no sabe que me llamo Verónica, ni que soy su hija menor.
Siempre que la voy a visitar me tengo que presentar de nuevo y me mira como a una desconocida, pero me sonríe, y a sus 92 años, su sonrisa sigue siendo una maravilla.
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