jueves, 6 de mayo de 2021

La reflexión del jardín

    Cuando Ana terminó la carrera, no sin cierto esfuerzo, tuvo por fin la posibilidad de formar parte del equipo médico del hospital de su ciudad. Fue un orgullo para ella haberlo conseguido; también para su familia.

Pronto destacó en el equipo y fue nombrada jefe de neurología del hospital. Lo que más le costaba era enfrentarse a los casos infantiles, ya que entendía que la vida de estos niños y niñas se estaba viendo afectada por la enfermedad que, muchas veces, sufrían desde su nacimiento. No era bastante con sufrirla, sino que, además, se convertían en los raros de la clase y, como consecuencia, sufrían de una discriminación que no emanaba solamente del resto del alumnado.

Al cabo del tiempo, Ana comenzó a sospechar. Era posible que estuviera somatizando los síntomas que veía a diario en la quinta impar.

Llegó el momento de tomar una decisión. Pidió a su amiga y colega Esther que la valorara.

Los resultados fueron categóricos. El TAC mostraba un daño cerebral irreversible.

Era consciente de que su salud mental llevaba tiempo deteriorándose; sin embargo, lo achacó al estrés que le ocasionaba el sufrimiento diario de los enfermos y sus familias. Aun así, desde el primer momento intuyó que algo le estaba ocurriendo pero, bien se sabe, "en casa de herrero, cuchara de palo".

Poco después, decidió aceptar la opinión de sus colegas. Era el momento de coger una baja hasta que mejorase. Sin embargo, era consciente de que estar en casa no la ayudaría, sino todo lo contrario. Lo que le produjo esa baja laboral fue un empeoramiento de su enfermedad que se veía agravada diariamente. ¿Cómo era posible que una neuróloga experimentada como ella estuviese sufriendo una enfermedad como esta y no encontrase mejoría? Su tío siempre lo decía, "hasta en las mejores familias ocurre", cuyo comentario le parecía en sí mismo elitista y discriminatorio.

Algunos de sus colegas le llevaban y traían los chismes del hospital. Se dejaba decir que algunos de sus compañeros comentaban que la enfermedad que Ana sufría afectaba a sus decisiones para con los pacientes y le sugerían a la gerencia que fuera apartada de su cargo.

Tremendo batacazo la llevó a ingresar de manera voluntaria en un centro en el que pudiesen ayudarla.

Un día, en aquel jardín, fue consciente de que la mejor medicina era recibir el amor de quienes la rodeaban.

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