Las amistades de la universidad son realmente curiosas. Te acostumbras a vivir y a organizarte en pequeños grupúsculos. Te aseguras de llegar tarde cada día para poder tener la excusa de desayunar con tus amigas en una terraza. Aunque el café sepa mal, las tapas estén frías y en la terraza hiele, es el mejor plan con el que puedes empezar un día. Te aferras a ese plan y a los posteriores cafés, creyendo que nada conseguirá la suficiente inercia para retar esa dinámica. Te habitúas, además, a realizar pequeñas salidas y planes, tomando estos en tu mente uno de los lugares más preciados en el ranking de los recuerdos.
Sin embargo, las miradas llenas de cariño y admiración que en su día tapaban cualquier atisbo de conflicto interno dejan entrever, esporádicamente, unos cambios en el día a día que se consolidan como principios irrefutables; como nuevos axiomas que rigen con brusquedad tu ser. Nuevos hábitos, reacciones dispares y sentimientos incomprensibles que fueron sembrados lentamente, hasta que como esporas que navegan por el aire, se expandieron hasta invadir toda tu persona.
El café primero era con leche y azúcar, después sin azúcar, después sin leche y al final no hubo café. Que desapareciste de todos los desayunos, comidas, meriendas y cenas. Que olvidaste tu grandiosa sonrisa y te maquillaste cada día con ojeras; que tornaste tu carcajada en llantos de motivos desconocidos y que, cada día, saliste antes de clase para poder buscar tu momento de soledad de camino a una casa llena de tristeza.
Ahí entendimos que lo que habíamos oído hasta entonces eran los truenos que antecedían al rayo demoledor. El aislamiento, la tristeza, los miedos incontrolables y la pérdida de peso acelerado eran señales de aviso en gritos y con luces de neón para abrazarte y recordarte que no estabas sola. Que tu vergüenza porque te viésemos no nos impediría quererte un solo gramo menos del que te habíamos querido hasta ahora y que no teníamos miedo del proceso necesario para superarlo, con tal de que lo superaras.
Hoy en día nuestra receta sigue incompleta. Los miedos nos han reemplazado y el temor a superar el propio miedo permite la continuación de una dinámica cuya salida cada día se ve más lejana. Aunque la luz sea tenue, sigue estando ahí, por lo que nuestro objetivo es que encuentres el interruptor que controla su potencia.
No sabemos dónde terminará este viaje, pero hasta entonces, seguiremos esperándote en cada café, sea con leche, sea con azúcar o sea sin ellas. Incluso en el no café queremos estar ahí.
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