jueves, 6 de mayo de 2021

La llaman la Loca

    Vive en el barrio desde hace muchos años y yo la conozco muy bien. ¡Tanto la conozco! He conocido a su madre que tenía un hermano gemelo entre quienes mucho se querían, pero eran esquizofrénicos. He escrito "pero", como si entre los hermanos esquizofrénicos no se pudieran querer. Una conjunción adversativa de cuatro letras condiciona su calidad de seres humanos, los estigmatiza de por vida. Otra vez me traicionó el prejuicio.

Su madre murió atropellada en un paso a nivel ferroviario. Nunca supimos si fue un descuido o si acaso decidió liberar su tormento diario con la muerte. Su tío, cuando está correctamente medicado es un excelente linotipista, líder sindical y un hombre de exquisita cultura y sociabilidad. Recuerdo una cena de Nochebuena cuando trajo a un amigo del Hospital Borda. Los vaivenes de la conversación recorrieron el humor, la melancolía, la tristeza, el absurdo y la realidad. Aquella velada acabé agotado, es verdad, pero mucho más enriquecido de como la había comenzado.

Desde que era pequeñita, incluso antes de demostrar conductas extravagantes, alguien la apodó la Loquita por ser hija y sobrina de quien era. Nada más que por eso, y el mote le quedó para toda la vida como una seña marcada a fuego. Ahora la llaman la Loca y aparece un deje de maldad, burla y en algunos, temor, ni bien la mencionan.

Muchos desconocen su nombre. Hay quienes suelen ser crueles e ignorantes. Es verdad que también están los que les conmueve a lástima. Cuando los niños, ingenuos en sus juegos a veces cargados de cierta maldad, la llaman la Loca, los padres los regañan con la boca pequeña. Al fin y al cabo todos la consideran una pobre demente, con ese maldito halo tragicómico que la acompaña, el cual una sombra maligna, planea sobre ella.

Es inofensiva, lo puedo asegurar; y por ello creo que muchos se abusan de su vulnerabilidad. A mí, personalmente, me mueve a ternura. Quizás sea porque nuestras vidas están muy unidas, de lo contrario, quizás, yo también sería indiferente ante su trastorno.

De tanto en tanto, cuando está en la fase crítica, sale a la calle tirando de un carro de bebé. Se la escucha canturrear una nana o según su estado de ánimo, una alegre canción infantil. Le canta y sonríe con maternal ternura al niño que ya no está allí y que estuvo en su momento y hace muchos años. En ese lugar sin nadie, hay un muñeco que pretende reemplazar al prematuro hijo fallecido. La gente es ignorante y cruel, porque desconoce la triste historia de la Loca.

Yo la conozco muy bien. Me conmueve hasta las entrañas cada vez que nuestras miradas se cruzan en el pasillo o en la cocina. Muero un poco más cuando me rehúye. La conozco de un tiempo lejano, de cuando estábamos enamorados y fuimos padres por unas breves semanas, de un hermoso niño que murió súbitamente mientras dormía.

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