Leticia a sus 96 años, no era ni la sombra de la mujer ágil y determinada que en su juventud había luchado día a día para ganarse el sustento, viajando a vender ropa por los distintos poblados rurales de la cordillera de la costa.
Nunca se casó, no tuvo hijos, nunca bebió, nunca dejó de pagar sus impuestos y siempre fue generosa con quien sufría necesidades económicas, familiares o de salud.
Ya no recordaba qué edad tenía, ni el nombre de sus hermanas vivas, no sabía en qué año nació. Aún caminaba sola, dentro de la casa, redescubriendo donde estaba el baño o el comedor.
Su salud mental no tenía vuelta atrás, o quizás regresó a ser niña nuevamente, cada día más pequeña, sin que ya reconociera su rostro en el espejo.
Su prima de 86 y su hermana menor de 83, se desvivían por atenderla, pero Leticia como si no existieran, se negaba a comer el almuerzo, a tomar sus remedios y su aseo personal era una batalla diaria que las dejaba exhaustas.
Con las restricciones sanitarias que acarreó la pandemia ya no pudo ir a la plaza, ni a comprar el pan o ir a control al consultorio. Sus horarios se trocaron despertando en la madrugada porque "los hombres de a caballo entraban a la pieza" o porque "su madre la venía a buscar sonriente" tal como la recordaba en su infancia.
Sus hermanas la cuidaban como hueso santo, la sobreprotegían y todo giraba en torno a ella, pero Leticia hacía lo que pensaba y se iba a la puerta a mirar pasar el mundo, a regañar a los enamorados o simplemente contemplar los vehículos, mientras la vecina difamaba que la mantenían cautiva en su propia casa.
Usar pañales se volvió habitual y lamentablemente más de alguna caída en el baño también lo fue.
En el verano estuve con ella, yo era el sobrino regalón, aunque no me conoció, se alegró al ver a mis hijas, siempre le gustaron las risas y los juegos infantiles.
Cada vez que me devuelvo, me pregunto si será la última vez que nos encontramos (o que yo la encuentro ella), cada noche me cuestiono si la pudiese ayudar de otra manera, cada mañana pregunto si va a despertar nuevamente.
¿Cuándo se irá? Creo que ya se nos fue hace tiempo, a reaprender sus recuerdos de la infancia temprana, en algún momento feliz de su niñez espero.
Creo que de verdad mi abuelita la viene a buscar sonriente de noche, que se reencuentra con su madre cuando todo está en silencio, que aún me adora disfrazado de El Zorro a los 8 años.
La vida es como un suspiro, un retazo de lo eterno, que como el sol estival, se diluye en el invierno.
Lo cercano y lo distante, son un esquivo conjuro, lo bello de cada instante, nos alumbre en el futuro.
Hasta siempre mi querida, Chechi no hay ningún recelo, en esta o en otra vida, saludos a mis abuelos.
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