martes, 11 de mayo de 2021

El tío Diego

    Me tenían amarrado como si fuera un monstruo. Entre mi papá, mi mamá y mi primo me tenían sujeto como si yo fuera peligroso.
Ellos nunca lo detuvieron cuando me violentaba emocionalmente y venía a humillarme tratándome de fracasado y perdedor en mi propia casa.
Él nunca tuvo que caminar sobre vidrios con sus pies desnudos, porque un criminal le apuntaba con un fusil cuando contaba solo con cuatro añitos.
A él nunca lo abandonaron como si fuera un animal o un bulto de papas.
Venía a molestarme en mi casa, a decirme que no sabía agachar la cabeza, cuando a él un tal Luis Eduardo no lo cogía de saco de boxeo ni lo mandaba con la nariz rota a casa desde el primer grado todos los días.
No tiene ningún problema de salud mental, simplemente es narcisista y se aprovecha de mi mamá (madrastra, en realidad), porque trae un poco de comida y con eso mi familia le agacha la cabeza y convierte nuestra casa en un palacio de servidumbre para él.
La última vez decidió molestarme, porque estaba hablando con el primo de que me gustaba más Tesla que Einstein y se puso a sermonearme a la hora del desayuno del día Siguiente. Me dijo que yo era un arrogante irrespetuoso que trataba mal a la gente y yo fui por un espejo y le mostré su reflejo. Se ofendió y se puso rojo como un tomate. Uno de sus ojos le parpadeaba en un tic incesante. Le temblaban las manos y a mí también. Comenzó a subirme el tono de voz y me igualé a él. Mi madrastra no hizo nada y mi padrastro solo observaba como atolondrado sin abrir la boca. Decidí cesar una discusión en la que tenía las de perder más por jerarquía familiar que por argumentos. Mi madrastra decidió enviarme a comprar carne donde el vecino de la finca siguiente, a unos veinte minutos de camino y fui. Todo el camino me la pasé pensando porqué nadie dijo ni hizo nada cuando él comenzó a molestarme y hablarme mal.
Al volver con la carne, ya no estaba. Fue un alivio. Siempre que él traía al primo se portaba más fastidioso y daba más órdenes de lo normal. Fui a alimentar las vacas y acariciarlas. Eso siempre me relaja. Luego decidí dormir un rato y al despertar, él estaba en la mesa. Decidí no salir.
Intencionadamente no la desocupaba, sabiendo que mientras él estuviera yo no saldría a comer. Con el hambre aumentaba mi enojo.
Decidí sentarme en la mesa y no hablar. Él comenzó a decirme que el día que lograra algo, podría criticar a los genios.
Decidí decirle a mi madrastra en privado varias veces que lo regañara o le dijera algo y encontré un silencio impune. Le rogué. Le supliqué y nada.
Fui al comedor. Él siguió. Recordé todas las cosas que me había hecho desde niño y me le abalancé.
Mi familia insiste en que el monstruo soy yo…

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