La casa era grande y de dos plantas, siempre había estado allí y su fachada blanca se divisaba desde lejos en la inmensidad del entorno natural y verde que la rodeaba. Tenía letras grandes que identificaban su uso: SALUD MENTAL. En aquel paraje distante y rural, la centralidad más cercana obligaba el cruce del río, que la separaba de un pequeño conglomerado en donde la tradición oral constituía las enseñanzas y creencias que se sucedían de unos a otros, y donde los mayores inculcaban a los infantes lo que ellos recibieron de sus ancestros. En esta aldea, había hecho carrera el impedimento y prohibición de cruzar el río y merodear la casa blanca, pues allí moran personas desquiciadas, enajenadas, perturbadas y salidas de sí, que podrían generar daño e incluso la vida se ponía en peligro si se violaba esta costumbre que se tenía por ley en el discurrir de este poblado. Nadie se atrevía y siempre la casa blanca sobresalía en el horizonte como mito y generadora de miedo a la simple vista. Un día, interrumpiendo la monotonía que asistía a los habitantes, desapareció el hijo de una familia común, la noticia se extendió en medio del alboroto y todos solidariamente recorrieron pasajes y rincones con resultados infructuosos; El desconcierto era total, pues no daba señales desde ningún lugar. Sus padres angustiados y desesperados no tenían otra opción que cruzar el río. Arriesgando todo y con el mayor sigilo, se embarcaron para dar paso a sus propósitos, sobreponiéndose a las ideas preconcebidas y que eran objeto de su convencimiento. Nerviosos y con la ansiedad al tope, la casa blanca a su alcance estaba. Rodeándola por un costado y pudiendo observar a través de un ventanal, vieron a su hijo sentado en la mesa central comiendo en compañía de mujeres y hombres, que reían y daban muestras de estar disfrutando aquellos momentos. Absortos y sin mucha comprensión, los padres fueron sorprendidos e invitados a seguir. Sorpresa fue cuando el hijo complacido los abrazo y los demás, amables y afables daban recibimiento a los visitantes, mientras ellos no salían de su asombro. Pudiendo darse cuenta del espacio tan maravilloso que proporcionaba esta casa blanca, donde las personas iban a buscar tranquilidad, serenidad, bienestar y donde los espacios estaban dispuestos para la lectura, la música, el ejercicio, la meditación, para compartir en relaciones sanas, e incluso con juegos de mesa que exhibidos a la espera estaban, su mutismo invadía el ambiente. Avergonzados por tan ignominiosa tradición, que ellos, sus vecinos, tenían afianzada, retornaron a su morada, dando a conocer la experiencia, porque todos estaban expectantes. El deseo de regresar no se hizo esperar, porque fueron conscientes que adolecían de estancias tan placenteras y relajantes como el de aquella casa blanca, que quién sabe ya hace muchos años entre los primeros habitantes, dio origen a una historia que se masificó y tuvo su efecto dañino, convirtiéndose en una verdad infundada. Salud mental necesitaban ellos y fueron asiduos visitantes.
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