jueves, 6 de mayo de 2021

In - separables

Un día más, como cada tarde, ella fue a visitarle. Ya se conocían. Es más, supongo que la ansiedad y él ya eran amigos desde hacía un tiempo.

Era increíble. Me fascinaba como cada tarde él le abría la puerta con paciencia y la invitaba a entrar. Su presencia no era de su agrado, pero sabía que si ella iba a verle, es porque necesitaba compañía.

Yo le observaba sin que lo supiese. Veía como ella no le dejaba concentrarse en nada. Hablaba y hablaba sin parar. Cada vez más alto, cada vez más rápido. Estaba tan necesitada de cariño que se agarraba a su pecho y ni si quiera le dejaba respirar. Pero él era paciente. La abrazaba con dulzura y se acurrucaba junto a ella. Sin tratar de evitarlo. Sin tratar de resistirse.

Al caer la noche, él le dijo: "Ven conmigo, quiero enseñarte algo". Y subieron a ese lugar que llevaba ahí más de 25 primaveras.

"¿Lo ves? ¿Ves todas esas luces de ahí? Dentro hay muchas personas a las que sé que visitas constantemente. Como a mí. Pero no estás sola. Lo sabes, ¿no? No te sientas mal si algunas te rechazan o te echan. No te enfades si no te abren la puerta un día. No te pongas triste si te gritan. No todo el mundo entiende quién eres y por qué vienes. Hay que ser valiente para mirarte a la cara, aceptarte, aceptarse, y luego dejarte ir.

Yo sé que tú y yo somos capaces de ver lo que hay detrás de esta foto borrosa. Y es hermoso. Por eso no me importa que vengas."

En ese instante, mientras sonreía, ella se fue. Y yo lo vi.

Quizá hasta el día siguiente.

O quizá no.

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