lunes, 10 de mayo de 2021

Homicidios imprudentes

    De repente dejó de quedar con sus amistades y se cerró en sí mismo. En su mente todo llano se volvió cuesta arriba, siendo su estado de ánimo una bicicleta con las ruedas pinchadas; y en su sistema, desolado, se le comenzó a hacer un mundo cualquiera de los pensamientos que orbitaban sin rotaciones ni translaciones (o al menos, no girando tal y como lo hace un engranaje perfectamente ajustado).

—¿Qué te pasa? —preguntaban—. ¿Estás bien?

—Para cualquier cosa, ya sabes, aquí estamos.

Pero al leer eso apagaba el móvil, porque cuando marcaba el número de la vida toda llamada era perdida, y cuando la vida era la que lo llamaba a él, colgaba lleno de rencor. Apenas salía de su habitación y su silencio era un grito de auxilio enmudecido por el vacío que sentía en sus adentros.

—Simplemente estás triste —aseguraban.

—No es nada, se te pasará.

Sus humedecidos ojos a veces lloraban con lágrimas, aunque en otras ocasiones estas se ausentaban y no se presentaban en la fila que emergía de sus lagrimales. No comía, ni tenía ganas de comerse el mundo: no salía de la cama, a pesar de vivir como un sonámbulo con insomnios: y se sentía un estorbo, un desmotivado sin motivos.

—Pero no llores —insistían—, que estás sano.

—Al final vas a acabar yendo al psicólogo, como los locos —ironizaban y banalizaban.

Durante dos meses la mochila no viajó a la universidad, convirtiendo la dificultad para hacerlo una de sus facultades; las bambas no ataron sus cordones porque los nudos estaban en la garganta: y las camisas que no salieron del armario se arrugaron, como pasó con la interpretación que hacía él de su papel en la vida.

—¿Lo haces para llamar la atención? —acusaban.

—Tu familia sufre por tu culpa —gritaban reclamando responsabilidad.

Fue entonces cuando abrió el bote. No necesitaba tantas pastillas, pero quería asegurarse de no dejar el trabajo a medias. Todos estarían bien sin él. Había encontrado la solución, la bandera blanca que indicaría el fin de la guerra.

—No sé qué le pasó que lo llevó hasta este punto—decían entre sollozos en el tanatorio.

—El único consuelo —reflexionaban mientras abrían un paquete de pañuelos—, es que no pudimos hacer nada para ayudarlo.

Días más tarde encontraron su agenda, escondida bajo el colchón de su cama. Resaltaba una única nota entre el resto de páginas en blanco, escrita el 10 de octubre: "Mientras siga siendo un tabú y no se pueda hablar libremente de ello; mientras no se enseñe y se informe como es debido; el mundo cometerá muchos homicidios imprudentes."

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