Pegué el portazo al salir del despacho de Oscar, mi terapeuta. No quería darle el gusto de ver mis lágrimas de nuevo, y no soporto su aliento a tabaco ni su saco viejo. Salgo a la calle y veo a todo el mundo con la boca tapada. Me molesta tener que andar así, y los protocolos. Siempre me molestaron los protocolos.
Al llegar a casa, apago el celular. No quiero saber del mundo por un tiempo. ¿Será por tres días?, no sé cuánto lloraré. Me alivia un poco ver mi cama prolijamente tendida, me recuesto con las medias bien limpias. Veo un cajón abierto y no puedo dormir. Lo cierro.
Otra vez me acuesto, miro una grieta en el techo y repaso todo lo que tengo que hacer, pero aún no empecé, y lo que no sé si podré hacer, o lo que tal vez nunca haga.
En el rincón, diviso una asquerosa araña negra. No quiero que camine hacia la cama ni sobre mí. Si se mueve un centímetro más, tendré que llamar a la vecina para que la mate.
Me da hambre. De tanto pensar me da hambre, y no recuerdo si cené.
Llueven ideas para escribir pero me trabo como se traba la barra de mi teclado, comienzo a comerme las uñas y un poco más. El bolígrafo negro se queda sin tinta y no puedo seguir escribiendo; el azul, lo uso únicamente para estudiar. De fondo música clásica, algo instrumental porque las demás voces me interrumpen al narrar. Me da frío, hace mucho frío pero no voy a cerrar la ventana. Demasiado encierro ya.
Perfumo el ambiente con sahumerio, debe oler rico mientras pienso. Se oyen pájaros, está amaneciendo. Preparo mi tercer café de madrugada y lloro de nuevo. Las noticias ya las dejé de escuchar, pero me angustio por todo igual.
Y miro el celular, quiero llamar a mi mamá, sin embargo no puedo. Mi pierna impaciente no para de bailar. Me sueno los dedos, tengo que seguir escribiendo. Rompo en llanto de nuevo y acabo riendo. Absurda, me siento una absurda, una inútil, ¿de dónde nace esto? Como una telenovela tragicómica de México o el volante roto de un circo callejero, ¿qué impresión o qué impacto dejaré?
Se me cruza la idea, si alguien ya estará preocupado por mí, ¿debería comunicarme?
¿Por qué llevo conmigo tanto sufrimiento? ¿Será de pensar en exceso, de las pocas horas de sueño, de lo mal que estoy comiendo? Tengo miedo. No lo puedo controlar y me inquieto. Me duele la cabeza, mis hombros y mi cuello son de hierro. Mi estómago se revuelve y siento un vacío, o más que un vacío. Adentro mío algo está muriendo, marchitándose, no quiero seguir así. Me detengo, me paralizo, respiro profundamente. Me preocupa mi salud mental. Cuestiono si existirá. ¿Alguien me podrá ayudar? Convendría que oiga más su consejo.
Al cuarto día, de naufragar entre lágrimas y pensamientos, agarro el celular.
Debo llamar a Oscar, y luego a mi mamá.
Muy buen cuento!
ResponderEliminar