No me gusta mirarme en el espejo, pero mi cuerpo me induce a hacerlo, porque quizás esos 2 huevos y una rebanada de pan tostado sin aceite fueron el verdadero punto de inflexión para ese kilo extra que he estado tratando de sacudir durante días. No recuerdo el sabor del pollo frito, mi lengua es ajena al café, al agua y a los chicles. Dicen que no se puede medir la felicidad, pero mi estado de ánimo se ha vuelto dependiente de unos números en una escala que no son para nada la calidad de mi día. Rutinariamente me siento en mi auto afuera del gimnasio llorando porque estoy exhausta, pero sé que me odiaré si no entro. No puedo parar, ya que sudar hasta la muerte se ha convertido en una inspiración para las chicas flacas que nunca han reconocido mi existencia. Ahora la gente me mira fijamente diciéndome que quiere mi cuerpo. Y, yo pienso "tómalo porque yo no lo quiero". No me gusta lo que escondo en la oscuridad del fondo de mi cerebro. Me asusta la adicción química que siento cuando el número en la balanza está en caída libre. Me avergüenza la forma en que puedo decir cuántas calorías hay en el plato sin tener que usar nada. No me soporto cuando me obligo a hacer abdominales en mi cuarto hasta que mi espalda se vuelve negra y azul. Mi salud mental está a punto de estallar.
Estoy cansada. Estoy cansada de revisar mi cuerpo cada vez que paso por un reflejo, asegurándome de que mi forma no es diferente a ayer o a la última vez que me sentí delgada. Estoy cansada de acostarme con hambre porque no he comido nada. Me guste más o menos lo que veo por las mañanas yo sigo haciendo caso a aquello que me atormenta como si no hubiera un mañana. Estoy cansada de tener frío todo el tiempo, de cepillarme el cabello y ver como extensos mechones caen como almas sin pena, de contar la comida como si fuera un número porque no puedo tener demasiadas calorías o esa estúpida aplicación encendida en mi teléfono que me va a llamar fracaso si no consigo reducir el dichoso número. Estoy cansada de preocuparme por todo lo que dicen de mi. Sus palabras alimentan el fuego que uso para quemar calorías cuando la comida que acabo de ingerir comienza a saber a pesar. Tal vez no quisieron decir "gorda", pero ahora no comeré durante dos días solo para asegurarme de que están equivocados. No, adelante, come tus propias palabras porque yo no tengo hambre.
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