martes, 11 de mayo de 2021

Raposa, "Elegía"

    Al principio pensé que era celiaca. Sufría dolores abdominales, diarreas y vómitos prácticamente a diario. Sin embargo, las pruebas determinaron que no tenía ninguna intolerancia alimenticia. Los vómitos se incrementaron gradualmente hasta llegar al punto de devolver cada vez que comía; esto me pasaba también al coger (simplemente agarrar) el cepillo de dientes. Empecé a no soportar escuchar música, me generaba angustia. Como consecuencia, tampoco podía permanecer en el interior de locales de ocio nocturno. Esto generaba un gran rechazo por parte de mi grupo de amigos, que creían firmemente que eran "caprichos míos". Traté de evitar esta situación obligándome a mí misma a seguir haciendo planes de este tipo; mi cuerpo reaccionaba, de nuevo, vomitando. Por aquel entonces ya sabía que tenía un trastorno psicológico.

Sentía mucha ansiedad al conducir, alguna vez me vi obligada a parar en lugares peligrosos por sentirme paralizada. No era capaz de entrar en una tienda (una, en concreto) de un centro comercial; la mente es caprichosa. Los ruidos un poco fuertes me sobresaltaban. El sexo me repugnaba. Llegué a tener tal nivel de ansiedad que los recuerdos se borraban de mi mente. Por las mañanas me despertaba y encontraba recipientes de comida al lado de mi cama, algo que yo no recordaba haber hecho la noche anterior. Tampoco recuerdo películas que vi por aquel entonces. De estudiar ya, ni hablamos.

Absolutamente todo me afectaba. Los ataques de ansiedad eran algo normal en mi vida. A veces tenía la necesidad de pedir perdón a la gente por tonterías, algo que tampoco era muy bien tolerado a mi alrededor. Mis seres queridos no quisieron aceptar que mi salud mental no estuviera bien. "¿Qué tal la barriga?" era su forma de preguntarme cómo estaba cuando me veían más afectada. Me echaban en cara que estuviera así cuando "lo tuve todo en la vida". Esta frase que tanto me dolía se repitió demasiadas veces durante los dos años y medio que tuve un Trastorno de Ansiedad Generalizada. Las riñas constantes con mis padres no ayudaban. Llegué a repudiar a mi padre, su presencia me generaba rechazo, malestar. Esto también ocurrió con una de mis amigas. Y sentía que era recíproco.

La ansiedad llegó a invadir tanto mi vida que desembocó en un Trastorno Depresivo. Tres psicoterapeutas me ayudaron, mi salud mental empezó a mejorar paulatinamente. Por desgracia, coincidió con una infidelidad de mi (ahora) exnovio. Para colmo, me culpabilizó a mí de su acto. Quise quitarme la vida. Creo que en ese momento mi mente llegó al límite; en vez de hundirme más, cogí impulso para salir. Dejé de ver hostilidad a mi alrededor, la realidad dejó de estar distorsionada. En unos cuantos meses me sentía, por fin, completamente bien.

Este es el resumen de una época de mi vida que no me gusta recordar porque aún me causa dolor. No hay salud sin salud mental. Si no se comprende a las personas con trastornos mentales, nunca se acabará con el estigma social. Esta es mi aportación.

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