El espejo de mi desamor es el fiel reflejo de una realidad: estoy enfermo. No hasta el extremo de ser una entidad perjudicial hacia los demás, pero, sí, a veces, demasiadas, hacia mí. Me engaño para así, ser consciente de ello. De que soy diferente siendo igual. De que nada es igual cuando todo es desigual. Tanto que, tal vez, el espejo de mi desamor corresponda a los parámetros de la locura. La que abre los ojos de los días con la esperanza de descubrir un día nuevo. Un día que le diga que algo ha cambiado. Que algo va bien. Tanto, o más, que ayer. Ya que, ayer, de madrugada, la salud cerebral de la condición humana confundió, otra vez, los quehaceres del dormir. El sueño viviente al que recurro para intentar olvidar una realidad externa demasiado cruel. Demasiado difícil de afrontar.
Así, mi desamor conmigo es impropio de una realidad cercana, pero, el largo transcurrir de los años condiciona una virtud real. Ya que, son cientos y cientos de consultas psicoanalíticas y, otro tanto, de enfrentarte a preguntas psiquiátricas. Preguntas repletas de tratamiento que te extirpan el brillo de la mirada. La mirada apagada que un día fue sol de verano. Sol de invierno a la espera. La espera que, enfrente de sí mismo, no logra descifrar la indiscutible verdad de las consecuencias. Ya que, estas, aguardan, cobardes ellas, a que el interior de mi locura les diga que sí. Que lo han logrado. Que han vencido al débil. Al que no consigue apartar la mirada de sí mismo porque recurre a ella para reforzarse. Para ser yo. Para ser todo eso que no soy y deseo ser. Ya sea, normal o, no. La normalidad no existe en el mundo de los locos. Sencillamente deambula, de aquí para allá, en busca de respuestas. De visiones que le digan algo positivo. Algo que atrapar para sustraerlo y, así, agrandar su mundo interior.
Un mundo interior que visto desde fuera es normal porque para los demás es normal. No porque para mí sea normal. Ahí, reside la exactitud de mi enfermedad. De mi salud mental que repite, una y otra vez, las palabras escuchadas. Las palabras dichas. Es decir, las palabras que conforman la locura de una enfermedad sin nadie al que culpar. Es el nacimiento de la mente el que revoca la virtud. Es el crecimiento de la mente el que revoca la alegría. La sensatez de sentirte bien. Contigo mismo y con los demás. Los que observan otras circunstancias diferentes a la mía. Su espejo es de amor. No conoce el desamor de un alma enferma. Tal vez, porque cuando ven un nuevo día no ven la desesperanza de dicho día. Ven el tránsito de la noche al día. De la luna al sol de primavera. Ya que, el sol de verano. El sol de invierno me pertenece. Es de quien sabe que es diferente porque tiene frío.
Porque soy yo ante mi espejo desquiciado repleto de vapor.
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