jueves, 6 de mayo de 2021

En su entorno las horas congregan

    Esa argentada mañana de otoño conocería a quien sería mi amigo entrañable y compañero de juegos y aventuras. Juan Francisco, un inquieto e irreverente niño de mi edad, llegaría a la escuelita municipal y de inmediato se sentaría a mi lado, en aquel desvencijado pupitre que crujía a cada instante. Mi nuevo cofrade provenía de un pueblo cercano emplazado en los farallones de la sierra, de cuya única escuela había sido retirado por su padre, ante la incomprensión de directores y maestros que no soportaban la extraña y perturbadora conducta del niño, sus continuos cambios de ánimo, sus episodios variables de alegría y tristeza, la pérdida de interés en las faenas escolares, sus intentos de aislarse en procura de la soledad y el silencio.

En nuestra escuela los maestros se mostrarían más condescendientes, aunque algunos recalcitrantes lo tildarían de maleducado, indisciplinado o negligente, a pesar de que Juan Francisco se destacaría en ciertas disciplinas como la música, la historia y la literatura. En verdad, no nos molestaban los cambios de conducta de nuestro condiscípulo: al contrario, aunque extraños, los encontrábamos simpáticos y hasta agradables. Los médicos de la aldea no se explicaban su peculiar conducta y así iría transcurriendo el tiempo hasta llegar a la adolescencia, cuando llamaría la atención de un joven psiquiatra recién llegado de la capital, quien lo auscultaría durante algunas semanas y, luego de numerosas observaciones, pruebas y exámenes, daría finalmente el diagnóstico que nos sorprendería a todos: nuestro amigo padecía del trastorno bipolar, para lo cual habría de sugerir ciertos medicamentos cuyos nombres no puedo recordar y algunas sesiones de psicoterapia con el mismo especialista. No obstante, los años posteriores, cuando cursábamos estudios universitarios, incrementarían sus dolencias, con la añadidura de trastornos obsesivos-compulsivos, fatiga, depresión, ansiedad, insomnio, irritabilidad…, situaciones que lo conducirían otra vez a la consulta psiquiátrica y al tratamiento con nuevos fármacos que mejorarían su cuadro clínico.

Con el correr de los años iría superando sus dolencias, mejorando sus síntomas y optimizando su calidad de vida, hasta el punto de que habría de graduarse con honores de Licenciado en Historia por la Universidad Central y luego se marcharía por dos años para Londres, de donde regresaría con una maestría en Estudios Sociales para de inmediato ingresar al cuerpo docente de la Universidad, en cuyas aulas regenta con pasión y eficiencia diversas cátedras para beneplácito de sus alumnos y colegas.

Así ha sido siempre la vida de Juan Francisco: luchando con denuedo contra su dolencia, batiéndose contra los molinos de viento de la incomprensión y la superficialidad, inconforme con sus días y con su entorno, riéndose de los conceptos esclerosados y codificados. Así permanece, erguido, desafiante, con el fulgor y la energía que siempre lo han definido, mejorando cada día su desempeño académico, al tiempo que prepara la edición de su primer libro de poemas que será publicado muy pronto bajo el título de Folios, ausencias, partituras y que, sin duda, gozará del éxito editorial merecido.

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