martes, 4 de mayo de 2021

El recuerdo nunca olvida

    La señal horaria del transistor interrumpió la quietud que reinaba, mansa y plácida, en aquel pequeño piso del extrarradio.

Ángeles permanecía sentada frente a la ventana con la mirada perdida en la densa bruma que cubría la ciudad. En la cocina, Alberto fregaba los platos oyendo los inconfundibles acordes de "Blue Moon", aquella balada de su juventud.

Durante todo el día había preparado la escena. La mesa del comedor estaba vestida desde hacía horas y sobre ella, media docena de globos de color rosa flotaban atados con pequeños lazos blancos. El mantel era el de las viejas celebraciones, aquel de lino azul con bordados de flores; los cubiertos, de plata de Britania y la tarta, de bizcocho y crema, esa que tanto le gustaba a ella.

Una vez recogida la cocina se dirigió hacia el dormitorio, abrió el ropero y descolgó de la percha aquel traje gris marengo con camisa blanca y corbata burdeos que tan bien le sentaba según le decía su esposa. En el zapatero, los mocasines negros de piel reposaban bien lustrados.

Antes de vestirse fue al baño, se afeitó y se perfumó con unas gotas de fragancia de lavanda. Al mirarse al espejo mientras arreglaba su hirsuto cabello blanco se dijo asimismo: «¡No estas nada mal, abuelo!», aunque sabía que algo fallaba en aquella imagen tantas veces repetida a lo largo de su vida.

En principio todo estaba correcto. El traje, impecable; la camisa, impoluta; el afeitado, apurado... pero sus ojos... sin duda eran ellos los que desentonaban. La llama que iluminó aquellos ojos azules otorgándole la viveza de un día de verano, quedó perdida en algún lugar del camino hacia ya años, cuando aquella enfermedad afectó a la salud mental de Ángeles haciendo que su día a día, a partir de entonces, se convirtiese en un océano lleno de cuidados, mimos y cariño hacia ella, tal y como le prometió que haría mirándola a los ojos el día que se casaron. Porque aquella mujer le había enseñado el auténtico significado de la palabra Amar.

Alberto salió del dormitorio y fue a la cocina para coger un pequeño ramo de azucenas blancas que había depositado en agua aquella misma mañana. Con ellas en la mano se dirigió hacia su esposa dando pequeños pasos de baile, esos que tanto la hacían reír, y esbozando la misma sonrisa que consiguió enamorarla hacía ya treinta años.

–Feliz aniversario, cariño –Le susurró al oído mientras ella seguía con la mirada cubierta por el velo del olvido.

Colocó suavemente las flores sobre su regazo y Ángeles pudo aspirar el tenue aroma que desprendían. Alberto acarició su rostro con dulzura, lo tomó entre sus manos y la miró con una ternura infinita haciendo que aquellos ojos, brumosos y lánguidos, conectaran con los suyos.

Y entonces, una vez más, como en cada aniversario, la sonrisa de ella le confirmó que ninguna enfermedad podría borrar, el inconfundible destello de un recuerdo.

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