miércoles, 5 de mayo de 2021

El proyecto que nos une

    La visita de Amalia, cada lunes, sobre las cinco de la tarde, era todo un acontecimiento. Había que dejar las habitaciones bien arregladas y los espacios comunes limpios. Amalia les llamaba unas horas antes advirtiéndoles que lo tuvieran todo bien limpio y preparado, que iba a visitarla.

El sonido del timbre a la hora acordada les ponía en guardia. Apelotonados en la puerta, bien aseados, la recibían con apretados abrazos y repetidos besos. Amalia sonriente, feliz, se abandonada a sus caricias, diciéndoles que se sentía la mujer más querida del mundo. Y desde la sinceridad, así era. Amalia agradecía, de todo corazón, que le quisieran tanto y se lo demostraran. Ella también los quería.

La cogían del brazo y se la llevaban de gira por toda la casa. Comenzaba la revisión. Todo impoluto, ni una mota de polvo, cada cosa centrada en su lugar. Con un orden obsesivo increíble. Ella sería incapaz de hacerlo mejor, ¡con lo desordenada que era!

Encima de la mesa del comedor, puestos en fila, cuatro grandes pastilleros semanales, con el nombre de cada uno de éstos pacientes, le esperaban. Amalia sacaba las cajas de pastillas de su bolso y, mientras les contaba lo que había hecho el fin de semana, iba colocando las pastillas en cada hueco de los pastilleros hasta completarlos y dejarlos preparados. Entonces cada uno recogía el suyo y se lo llevaba a su habitación.

Desde que le aprobaran el proyecto "Por una salud mental activa" y, ponerlo en marcha, habían pasado dos años. ¡La de horas que echó en sacarlo adelante! En darle cuerpo al escrito, defenderlo suficientemente delante de las administraciones de salud y ayuntamientos implicados. Fue duro convencerlos sobre las grandes ventajas que supondrían para las personas con dificultades mentales. Se trataba de darles mayor autonomía y bienestar personal. Potenciar su autoestima, retroalimentándola. El mayor escollo era hacer frente al alto coste económico que se necesitaba en sus inicios. Encontrar organismos que financiaran pisos para éstas personas, suponía llamar a la puerta de entes privados y públicos, que la recibieran y creyeran. Pero la garantía la encontró en los ayuntamientos, que se implicaron en ofrecer pisos y ayudarles en la inserción laboral. Sanidad haría el resto. El seguimiento que necesitaban para controlar la salud mental de aquellas personas que se encontraban fuera del sistema, por motivos mil.

Como siempre, Amalia, se tomó una infusión de té, acompañada de unas ricas pastas hechas por ellos. Desde que dos de ellos trabajaban en el horno de una panadería, ayudando al maestro panadero, le ponían unas pastitas de originales formas. ¡Qué derroche de creatividad! Pastas con formas de animales, que uno de ellos creó y tanto gustaban a los niños. Tanto éxito tenían que le encargaban hasta tartas de cumpleaños con forma de sus mascotas o animales preferidos.

Hora de marcharse, la despedida de sentidos abrazos y besos era la mejor medicina que se llevaba de allí. Se iba al encuentro de otros pacientes que le esperaban con los brazos abiertos.

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